13 de noviembre de 2010

UNA AMISTAD DEL MÁS ALLÁ



Un mediodía de primavera, tirados sobre el pasto del campito del barrio, estaban matando el tiempo Nino y Adán. Eran amigos desde la primera infancia y aún hoy, teniendo 18 años, mantenían vigente una profunda amistad, que con solo mirarse sabían lo que pensaban y aún antes de que el otro lo supiese. El sol iluminaba sus pensamientos y el viento les iba dando forma hasta que:
- Che... Adán... ¿te pinta hacer una locura este fin de semana? Estoy embolado. Realmente... estoy necesitando emociones fuertes. Me contaron el otro día la Leyenda del Cerro de las Ánimas y bueh... ya me conocés... soy re viajado... me colgué con eso. ¿Qué decís, me seguís en esta? Mirá que es para valientes.
- Uhhh loco... piraste colores de nuevo. Si, conocía algo de eso pero la verdad que no creo en ninguna de esas cosas. A mi no me vengas con historias de luces malas, espíritus, almas en pena. Sabés como soy, yo creo en lo que veo. Pero me copa la idea de escalar el Cerro... necesito cambiar de aire por unos días y hacer ejercicio. Esto de estar sin hacer nada no es para mi.
- ¡De más! Armate la mochila hoy, yo llevo la carpa y linternas, vos las botellas con agua y algo para comer y no le damos mas vueltas al asunto. ¡Aprontate para tener contacto con el más allá! Más allá de tu descreimiento, digo... je je.
Partieron ansiosos para preparar el viaje y en las primeras horas de la tarde emprendieron su recorrido. Vivían a pocos kilómetros del lugar por lo que optaron por “hacer dedo” hasta allí y, una vez en la base del cerro, comenzar su peregrinaje a pie.
- Loco, pasame el agua que estoy muerto de sed, el sol me está achicharrando el cerebro - decía un tanto irritable Nino, extendiendo su mano, confiado en que su amigo le alcanzaría la botella.
- Sí, pará... estoy seguro pero seguro que la tenía en este bolsillo. Pará... ah si, creo que acá está - pensaba en voz alta Adán mientras se arrodillaba para responder a la solicitud del otro - Me vas a matar... no la traje... ¡chan!
- Dejá... si te conoceré... yo soy el volado pero vos no te quedás atrás eh. Tan super lógico y racional que sos y terminás con el mismo despiste que yo. Muy a mi pesar soy previsor y traje esta botellita... pero esto me enojó un poco eh... - arqueaba el ceño disconforme Nino.
Adán tragó saliva para no responder al reproche de su amigo y, un tanto fastidiados, siguieron su camino. En repetidas oportunidades surgieron comentarios iracundos de uno hacia otro, con reclamos y distintos puntos de vista, queriendo cada uno imponer su forma de pensar y tener la razón. Al llegar a la cima del cerro, por la noche, ambos habían optado guardar silencio y no dirigirse más la palabra, para evitar mayores enfrentamientos.
Armaron la carpa, las linternas que habían olvidado cargar con pilas, los sobres de dormir y buscaron en el sueño calmar sus enojos embravecidos por sus voces interiores. Transcurridas dos horas de sueño, unos extraños sonidos los despierta:
- ¡Dejate de hacer ruido para llamarme la atención y dormite flaco! - gritó malhumorado Adán mientras giraba su cuerpo dándole la espalda a su amigo.
- Shhh... ¿no escuchás? No fui yo... Pa... creía que habías sido vos pero mirá... el ruido sigue afuera... A mi me está dando miedo... ¿Qué hacemos? - temblaba Nino cubriendo su rostro con el sobre de dormir.
- Na... no es nada... es el viento. Date cuenta que estamos en la cima de un cerro... o sea... media pila bo... es obvio que hay ruidos de la naturaleza. Vos te crees cada cuento. Para colmo trajiste las linternas sin pilas. No me engancho en ninguna otra locura tuya. Dormite y dejame dormir - hablaba seguro de sus palabras y dispuesto a reconciliar el sueño.
Al calmarse los movimientos y ruidos exteriores se entregan al mundo de la inconsciencia, cuando de repente:
- ¡Ahhh ta, loco ta! ¡Vamos a ver qué es porque te juro que no doy más del miedo! Seguro que con la luz de la luna vemos algo... si son espíritus los quiero ver y, si no es eso, quiero dormir tranquilo, pero no me aguanto esto - se movilizaba temeroso Nino.
- Dale, está bien... todo sea porque me dejes en paz - reaccionaba con fachada de seguridad Adán, aunque su estómago se retorcía de nervios y sus piernas flaqueaban sin querer salir de allí.
Sigilosamente y sin querer ser descubiertos abren la puerta de la carpa, deseando no ver lo que evidentemente allí estaba.
- Noooo... ¡¿pero qué es eso?! ¡Te dije que las historias eran ciertas! Pará... no te muevas - exclamaba paralizado Nino.
- No exageres... seguro son bichitos de luz... mis abuelos me decían que en esta época del año salen en busca de caracoles... ¿a qué no sabías que ese insecto minúsculo golpea en la caparazón del otro y cuando sacan la cabeza se los comen? Fundamentos, nene, fundamentos - comentaba sarcásticamente Adán, mientras su amigo no salía de su estupor.
Pero para su sorpresa, las dos lucecitas intermitentes se acercaban, sin demora, hacía ellos.
- Pa... ¡mirá, loco, mirá! No te puedo creer... ¡es Corbata! ¿Lo ves, lo reconoces? - pronunciaba con ojos bien abierto Nino, confuso y sin saber qué hacer ante el espíritu del gato de su infancia.
- Uy... ¡tenes razón! ¡Zarpado! Está igualito que cuando lo vimos por última vez... solo que es transparente. Pero... se está acercando demasiado... Este... ¡queres ver que busca o salimos corriendo? - preguntaba terriblemente impresionado Adán.
- Dale... corremos... ¡Ya! - emprendió la corrida, cuesta abajo, Nino manteniendo en vista a su amigo para protegerlo.
Lo que habían demorado en subir por la tarde, ahora lo transitaron en la mitad del tiempo, deteniéndose para verificar si Corbata había desaparecido.
- Ay... qué alivio... me gustan estas historias de almas que resucitan pero es demasiado... me sobrepasó la realidad - hablaba con la respiración entrecortada Nino.
- Pero... ¿de qué realidad me hablás?... Si Corbata... ay... ¡Corbata está sentado en tu hombro! - saltaba y movía los brazos sin saber qué hacer Adán.
- Ay ay ay... ¡sacámelo, sacámelo! - corría para un lado y otro Nino mientras el minino plácidamente sonreía cambiando de lugar pero permaneciendo junto a él.
- A ver... pará... él no te está haciendo nada y me parece que está sonriendo - observaba con cautela Adán.
Cuando se tranquiliza el otro, Corbata desaparece y aparece, enciende sus ojos y los apaga, vuela y pisa tierra firme, como invitando a los mortales a jugar.
- Che... me parece que nos quiere decir algo ¿no? - indagaba más calmado Nino.
- Sí... tenes razón... creo que nos invita a jugar con él y... además... yo que se... ¿no te pinta tener un gato fantasma en el pueblo? - cuestionaba curiosamente Adán, sin poder creer cómo brotaban esas palabras disparatadas de su boca.
- ¡A-LU-CI-NAN-TE idea! Vamos a ser los únicos con una mascota del más allá y podremos crear nuestras propias historias de fantasmas - expresaba contento Nino mientras respondía a la sonrisa del gato.
- No se diga más. A guardar nuestras cosas, olvidar nuestras peleas sin sentido flaco, ya que... ¿quién me iba a decir que nuestra amistad se iba a ver fortalecida gracias a un gato fantasma? ja ja ja - festejaba divertido y feliz Adán, al recobrar el poder de la magia en su vida.
- Esaaaaa... ¡grande amigo! Corbata es testigo de esto y... no vale la pena debatir en qué casa va a vivir el gato, ¿no? - incitaba lúdicamente Nino, sabiendo que ambos compartirían la estancia del felino en una y otra casa.
Y así, luego de una noche de poco sueño y muchos despertares, parten hacia el pueblo los dos amigos, felices de haber reencontrado a su mascota de la infancia, pleno de sorpresas y alegrías, al tener la fuerza de los milagros e historias fantásticas en sus vidas.

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