6 de marzo de 2014

ENFRENTADAS



¡Al fin! Había llegado el momento que tanto había deseado. Horas y horas, días y días, meses y meses, hasta completarse los largos años, había ansiado este momento. El gran momento. El único. No existiría otra oportunidad.
LA PELEA.
Bien, no sería La Pelea en el sentido estricto de la expresión, es decir, no se basaría en una descarga física, en golpes, puñetazos, trompadas ni patadas. En cambio, sería en el terreno que mejor le venía a ella, el territorio de  su poder, de confianza, el de las palabras.
Con estas armas, y bien digo armas porque no son solamente herramientas, estaba decidida a destruir a su oponente, pensaba aniquilarla, de tal manera que la otra nunca más pudiese pronunciar palabra, solamente se dignara a seguir transitando por esta existencia como un ente, no más que eso, un cuerpo compuesto por órganos, que siguiendo su funcionamiento biológicamente programado continuara confiriéndole vida, pero más allá de eso, nada más, ni una pizca de esencia, de voluntad, de posibilidad de trascendencia.
Pero debía prepararse, debía estar tranquila, serenarse, porque se jugaba la vida en ello. Uno no gasta valioso tiempo de su vida en enojarse con alguien si no va a llegar ese día tan deseado en que podrá descargar toda su furia en el objeto de odio. Un nivel de ira de ese estilo no resultaría provechoso. Sería un odio sin sentido. Y ella estaba convencida de que el odio puede tener sentido, de alguna manera lo debe tener, si no habría malgastado gran parte de su vida en algo que no valdría la pena, el sufrimiento, las malas horas de tragos amargos, el nudo en la garganta, la tensión en el estómago, la presión en los hombros y las manos.
Por supuesto que estos pensamientos no eran compartidos con nadie, siquiera con su analista. No. Un grado de miseria humana tan profunda no puede ser revelado a nadie. A duras penas a uno mismo. Menos cuando todo ese cúmulo de sentimientos negativos y despreciables va dirigido hacia la propia sangre. Sí, porque la sangre que corre por sus venas es la misma que corre por las mías. Hermano o hermana, no importa. Padre o madre, no importa. Primo o prima, tampoco importa. Sí importa que es el mismo origen, la misma ascendencia, el mismo código genéticos salvo por pequeños detalles, importa que Es Familia. Y cuántas veces se había cuestionado el alcance de ese concepto. ¿Qué es ser familia? ¿Qué es ser hermana o prima? ¿Qué implica un vínculo de sangre? ¿El amor y la aceptación es un hecho solo por el parentesco? ¿Y si quiero más a un amigo que a mi propio hermano? Una vez había escuchado aquello de que los vínculos se construyen y esto, le trajo paz. Podía poner orden en toda esa confusión interna. Esta definición iba más acorde con lo que ella sentía y había conocido hasta el momento con sus idas y vueltas en los vínculos familiares.
Pocas veces había descargado su furia hacia ella con golpes, solo en contadas ocasiones, y esto la había hecho sentir muy bien. Pero ese placer le fue negado. No era correcto que dos niñas se golpearan. No era bien visto porque no corresponde a lo que la sociedad espera de dos mujeres, simplemente por una cuestión de género. Con envidia e impotencia veía como sus compañeros de clases o sus primos se trenzaban en una pelea que terminaba con uno llorando o derribado en el suelo sin poder hacer nada. Y fantaseaba con que ella podría hacer lo mismo algún día. Y fue así que, sin haberlo elegido, fue transitando el camino del pensamiento, de la fantasía, del recuerdo, de la palabra, emitida o reprimida. Si tenía alguna oportunidad en dañar a la otra lo hacía de manera sutil, que no dejara rastros, que fuera en una situación confusa, que si alguien preguntara qué había pasado ambas pudieran quedar sin argumentos. No le importaba ser castigada porque lo que sí conformaba su objetivo era generar el daño a su oponente. Si después venía una golpiza o una reprimenda le era indiferente. Ya había cumplido su objetivo, sabía que la semilla había sido plantada y nadie podría esterilizar esa tierra. Sobre todo porque conocía los puntos débiles de su contrincante. Sabía que la otra era arrogante, soberbia, necia y, gran debilidad, siempre creía tener la razón. Ante un ser así era imposible que pidiera ayuda si se sintiera mal. Lo único que haría ante una frustración o malestar sería proyectar su angustia o furia en otro. Y es así como la semilla fue rompiendo su cáscara, fue desplegando sus brotes, sus raíces y comenzó a asomar sus pequeñas hojas. Ahora que uno analiza la situación, era una cuestión casi mágica, bien diría ¡un milagro! Solamente debía dirigirle una mirada oscura, un movimiento preciso de cejas, una mueca apenas apreciable, un leve cambio en el tono de voz, para que la otra sintiera que otra gota más de lluvia ácida caía sobre su tierra fértil de odio.
Sí, era un odio mutuo. En este mundo nadie es tan bueno ni nadie es tan malo. No hay santos ni diablos. Todos tenemos un poquito de todo, es bueno poder reconocerlo. Si nos hacemos los ciegos caemos en la tontería de idealizar al ídolo de turno o de defenestrar a un pobre que nada tenía que ver con la situación. Y este era otro punto a su favor, el reconocerse a sí misma como un poco buena y un poco mala. A veces un poco más mala que buena pero es que hay circunstancias que lo requieren.
Pensar que todos estos recuerdos y reflexiones venían a su mente mientras era maquillada. Ella no solía maquillarse pero el evento lo ameritaba. Y uno podría preguntarse: ¿Maquillarse para una contienda? ¿Adherir al rostro colores para un enfrentamiento? ¿Una máscara de guerra, quizá? Pero esta pintura tenía otras connotaciones. Un refinamiento estético calculado para la ocasión. Se trataría de un camuflaje sutil, delicado, etéreo. Algo así como un pajarito que por primera vez va a explorar el mundo circundante y, sin saberlo, comienza a picotear y remover la tierra con sus patitas, sin saber que está sobre el nido de una serpiente. Una imagen muy tierna e ingenua. Definitivamente muy inocente.
Estaba el orador en el estrado y daba comienzo al debate público y nacional. El momento había llegado. La hora señalada para el enfrentamiento marcaba el inicio.
Una en su podio y la otra en el otro. Dos feroces candidatas a la presidencia de la nación se disputaban el mando del país, el control de sus soberanos, el destino de sus corderos.
Nadie debería de sospechar que entre ambas, el gran secreto, oculto por papeles de adopciones y cambio de identidad, era el de su hermandad. Solo ellas conocían hasta en la intimidad lo que se jugaban en ese momento. No solo su ideología política o ambición de poder. Este secreto contenía mucho más significado para ambas.

Pero triste momento para los electores, que cual rebaño sólo deben confiar en su pastor, ni podían imaginar que sus votos dependían del resultado de una simple riña entre hermanas.

5 de marzo de 2014

Perrito MioGuau


Les voy a presentar a un perrito muy extraño, para nada común. Se llama MioGuau. Sí, así como lo oyen, parece que fuera medio gato o medio perro, pero la verdad es que se trata de un perro armario.
Aunque les parezca rarísimo y super extraño, así es, es un perro armario, único en su especie, por supuesto.
Cuando nació su mamá vio que a los costaditos de la panza a su cachorrito, aún sin nombre, le aparecían como dos bultitos. Se dijo que no era nada, seguro era una mancha endurecida, algún granito en crecimiento.
Nunca se imaginó lo que en realidad era. Su papá también notó esas dos raras protuberancias pero no dio importancia.
Y así fue creciendo MioGuau, un perrito blanco, con manchas marrones, con dos manchitas más grandes y duras que las otras.
Hasta que un día se quiso levantar pero no pudo. Intentó e intentó pero por más fuerza que hizo, quedó agarrado al piso.
Llamó a su mamá con fuertes alaridos y allí apareció ella, junto a su papá. No entendían que le sucedía a su hijito.
Ambos comenzaron a tirar de sus orejas, de la cola, desde debajo de la pancita hasta que por fin lo lograron, MioGuau se pudo parar en sus cuatro patas.
Se miraron extrañados porque ahora su hijo no tenía dos manchas extrañas. Ahora lo que sobresalía de su pancita eran ¡dos cajones!
¡Que les digo que sí, que dos cajones! Vacíos. Por ahora no contenían nada. Pero a MioGuau le pesaba un poco y no había podido levantarse porque se habían abierto. No estaba acostumbrado a ellos por lo que no había podido mantener el equilibrio y erguirse. Cuando sus padres lo empujaron hacia arriba los cajones se abrieron.
Era algo bastante extraño, nunca visto hasta ahora, no había ningún primo en la familia con algo similar, tampoco ningún tío ni abuela que fueran mitad silla o mesa, aparte de perros.
Se dijeron que por algo la vida les habría enviado un hijo con estas características, que deberían aceptarlo y ayudar a su pequeño a entender que él era diferente y que debería ver los beneficios de tener dos cajoncitos en su panza.
Pues bien, MioGuau se fue acostumbrando a la idea, cada día se manejaba mejor con sus cajoncitos, ya no se caía al agachar su cabeza para tomar agua ni se caía de lado al levantar su pata para hacer pis. Esto hizo que gran parte de la familia ya no se riera ante sus “metidas de pata”.
Y sucedió que MioGuau empezó a utilizar los cajoncitos. Al principio guardaba algún huesito pequeño, alguna pelotita que encontraba olvidada en el patio de casa, a veces un poco de comida, por las dudas que no le agarrase desprevenido el hambre y sin recursos. Pero así como guardaba nuevos elementos en su interior se olvidaba que debía vaciarse para poder continuar su camino. Entonces comenzó a trastabillar, se tropezaba con las patas delanteras en una caminata simple, se iba para un costado si giraba su cabeza… en fin… a ojos de los demás se estaba convirtiendo en un perfecto perro desequilibrado, un loco como quien dice.
Entonces los papás llamaron un día a su hijo para conversar. Se vino la famosa y temida frase: “hijo, vení, tenemos que hablar”. ¡Chan!
MioGuau les decía que él no había sido, que él no tenía nada que ver, que habría sido otro, que le preguntara a alguno de sus primos. No sabía ni de que se estaba defendiendo pero sabía, por experiencia propia, que debía dar su mejor discurso antes de tiempo.
Sus padres percibieron el temor de su hijo y le tranquilizaron diciendo que no había hecho nada malo pero que estaban preocupados por él. ¿Qué le sucedía que andaba como perdido? Lo veían todo el día intentando mantener el equilibrio pero no lo conseguía. Andaba como desorientado, como quien pierde el rumbo, no podía caminar ni tres pasos seguidos, se iba para un costado o para el otro, o directamente se tropezaba o caía de cola. Le dijeron si necesitaba hablar de algo, si había algún tema que lo tuviera nervioso o preocupado, que para eso están sus papás, que podía confiar en ellos y comunicarles lo que le estuviese pasando. Que ellos iban a hacer todo lo posible para comprenderlo y para ayudarlo, pero que se abriera para así poder entenderse.
Y es así como, aludiendo a la palabra clave, “abrirse”, el perrito destrabó sus cajones y estos cayeron abruptamente hacia sus costados, desparramando todo su contenido en la alfombra del piso.
¡Cuánta cosa había llegado a acumular MioGuau en su interior! ¿Cómo hizo para soportar tanto peso sin deshacerse de nada? ¿Cómo había tolerado el mal olor que tenía dentro suyo si había trastos sucios, huesos putrefactos, ovillos de lana enredados, por nombrar solamente algunos objetos?
El perrito les dijo a sus padres que había olvidado haber acumulado tanta cosa en su interior, a veces había intentado pedir ayuda pero no quiso molestar, después no los quiso preocupar, que a veces los veía preocupados entonces no quería ser una carga para ellos, y sin darse cuenta fue acumulando cada vez más en su interior.
Sintió un enorme alivio cuando sus papás le dijeron que se abriera, que sea como sea lo iban a entender, que él no estaba solo, siempre contaría con ellos, que les tuviera confianza. También hicieron hincapié en que no conviene acumular demasiado dentro de sí porque las cosas se van venciendo, se descomponen y luego es más difícil deshacerse de ellas. A tiempo debe ir desprendiéndose de todo aquello que ya no sirve en la vida. Y que para esto siempre podría pedir ayuda a sus papás para caminar más liviano en la vida.
Es así como MioGuau entendió que sus cajoncitos eran buenos aliados para guardar cosas por un tiempo, para poder conocerlas y estudiarlas detenidamente, pero luego despedirse de ellas, porque si comenzaba a cargar demasiado esto lo podría distanciar de los demás y de sí mismo.

Y desde ese día sus padres le dieron una llave que permitía a su hijo abrir y cerrar sus cajoncitos según su voluntad, eligiendo cuándo y a quien abrirse y mostrar aquello que con mucho cuidado atesoraba en su interior.

Parque Canillita


La Feria de Tristán Narvaja es el mejor paseo para un domingo otoñal. Un clásico uruguayo. Libros de segunda mano, antigüedades varias, objetos obsoletos, eso sí, en medio de los puestos de frutas y verduras, pescados y embutidos artesanales, lo que le confiere un ambiente único en su estilo.
            Más que una feria es un parque urbano. Hacia una de las calles laterales se extienden sendas filas de banquitos de madera, una fuente de agua con estatuas de caballos, indígenas y algún que otro prócer autóctono. Uno puede recorrer tranquilamente los caminos laberínticos del paseo y darse una cabezadita en el parque, satisfecho por la compra realizada de tantos objetos sin aparente valor, más que el simbólico y afectivo, que suele ser para uno mismo.
            Se llama Parque Canillita porque según cuenta la leyenda, urbana también, allí se leyó el último ejemplar impreso de un diario, en el año 2015. Algunos versan que el día exacto fue un 31 de Diciembre, por ser el último día del año, aunque la mayoría defiende aquella referencia en la cual la edición estaba atrasada y pertenecía a un par de días anteriores. La cuestión es que ese último ejemplar, aún atrasado, fue el último que el ciudadano uruguayo leyó, puesto que ya se había decretado que a partir del 1 de Enero de 2016 ya no se imprimirían periódicos, solamente circularía la información en formato digital y online. Alegaban que por una política de protección ambiental, ayuda a las reservas de árboles, disminución de la contaminación, entre otras excusas. Pero lo cierto es que con esta resolución del gobierno, de una vez, y para siempre, se acabó terminantemente, con una querida y antiquísima tradición, no solamente uruguaya, sino de corte universal. El periódico ya no formaba parte de ciertos rituales de relajación como el que acompañaba el desayuno del domingo, en algún café del centro, ni aquel que se sentaba en la plaza o parque, junto al termo y mate, menos el que cargaba el señor en la silla para, una vez sentado en la playa, abrirlo y a sus anchas comentar las noticias allí más relevantes.
Ahora el mundo había cambiado, el Uruguay poco a poco se iba convirtiendo en un país digital, un país innovador, de última línea, y ya no se compartía en la familia un momento de comunicación a través de acontecimientos de su entorno, ahora cada uno ingresaba a los periódicos desde su móvil, computadora o reloj inteligente. Uno bien podría pensar que esto formaría parte de un escenario futurista, pero ¿acaso no todo mañana ya es futuro? ¿Cuándo empieza la Era futurista? ¿Quién establece el inicio de una Era sino por los hechos cotidianos que, de manera concreta y definitiva, marcan un antes y un después?
            Es así que en aquel parque urbano, llamado aún Canillita, donde en una época no tan remota, un ejemplar de periódico atrasado fue leído por última vez en su formato impreso, dio paso a toda una Era desconocida, una época en la cual ya no habría personas que se dedicaran a la venta de diarios por las calles a la voz de “Diaaario, diario”, o en los clásicos puestos de venta en cada esquina. Y es así como también, poco a poco, la gente dejó de comprar revistas, libros, cuadernos, lápices, puesto que no había motivo alguno para leer o escribir, salvo a través de monitores y teclados. Los seres humanos bienvenidos a la Tierra nacidos en esa Era son los que no tuvieron necesidad de aprender a leer o escribir, sino que desde bebés se fueron sumergiendo en el mundo digital, como si de una burbuja a otra se hubieran trasladado.

            Un refrán uruguayo, clásico ánimo nostálgico, dice: “todo tiempo pasado fue mejor”. De todas formas mientras el ser humano tenga ojos, dedos, voluntad y ansias de libertad, seguirá escondiendo ejemplares de periódicos, como si de un huevo de dinosaurio se tratara, para mostrar a sus descendientes uno de sus más preciados tesoros, el olor a papel y la magia de la letra escrita, tal como yo tengo uno ahora, escondido entre mis brazos y a punto de ser entregado a una de mis nietas. Que siga disfrutando un rato más de este domingo soleado en los relucientes toboganes del Parque Canillita. Aún más relucirá su rostro cuando descubra el color amarillo y el emotivo aroma de estas hojas impresas en el año 2015.

Umbrales


El pasillo era estrecho y largo, de color amarillo oscuro, teñido por las últimas horas del sol, que apenas entraban por la puerta vaivén que conduce al patio trasero de la casa.
No se por qué pero ambos, mi señora y yo, nos estamos dirigiendo hacia el baño con la intención de hacer algo.
Vamos en silencio, pensativos, cada uno sumido en sus propios pensamientos, oyendo el sonido apenas audible de nuestros pasos, ya que vamos descalzos.
Ella comienza a decir algo, pero no le entiendo, por lo que giro sobre mis talones y veo su rostro sorprendido:
- Amor, no me había dado cuenta, no sé cómo… estoy embarazada - se expresa con un tono de voz bajo y monocorde.
Se encuentra en estado de shock, su rostro apenas evidencia alguna gesticulación, pero sí es claro que está segura de lo que dice. Se detiene al pronunciar estas palabras. La observo mientras queda estaqueada en mitad del pasillo. La luz que asoma detrás de ella me impide ver con claridad su panza. Me intriga su panza ahora que menciona su embarazo.
            - Mirá ¡se mueve! - fascinada contempla su panza y se la ve absorta apreciando el movimiento del bebé.
Desde la distancia en la que estoy veo claramente cómo su barriga se estira, hacia la derecha, hacia la izquierda, no para de moverse. Nunca había visto movimientos así en la barriga de una embarazada. Son movimientos exagerados, bruscos. Creo que me da impresión la forma en que se mueve ese bebé dentro de esa panza. Se que suena disparatado pero me da miedo que la piel no resista tanta tensión y se desgarre. Sería una locura que se le rajara la panza. No existe que a una mujer se le abra la panza porque un bebé se mueva.
            - ¡Ah, no puede ser! Se me va a abrir la panza - expresa extrañada, y presumo que asustada.
En ese momento me doy cuenta que tiene su panza descubierta. Tiene una remera blanca gastada y una pollera raída que le llega a las rodillas. Un aspecto desalineado y que no corresponde a su habitual forma de vestir. No suele usar polleras y menos de ese estilo. Ahora que veo bien tiene un aire indígena, porque el cabello le ha crecido de pronto, le llega casi a la cintura. El viento que se cuela por la puerta mueve su cabello suelto y esto va completando esta extraña escena.
Para sorpresa nuestra, y terror podría llegar a decir, su barriga se comienza a abrir por un costado, el derecho de ella. Por esa abertura asoma la criatura. Toda viscosa, grisácea y rojiza. Caen unas gotas de líquido espeso que van mojando el piso. Mi señora está extrañada pero con gran naturalidad la toma por sus pies, ya que esto es lo primero que aparece, y la va asiendo hacia afuera como si todos los bebés nacieran de igual manera.
Una vez fuera la leva hacia sí y se puede ver el cordón umbilical aún entero, colgando, uniendo al recién nacido con la placenta, la cual uno vaya a saber donde está, porque no ha salido aún de su barriga.
            - Amor… tengo que encontrar un médico que me saque la placenta. Se me va a quedar la panza abierta un rato, pero después va a ir cerrando, y no puede cicatrizar con la placenta dentro. Me puedo morir de una infección. Voy a intentar hacer algo - y sin pensarlo comienza a tirar del bebé hacia arriba, tanto que parece que fuera a tocar el techo.
El bebé permanece en silencio. Hasta ahora no ha emitido un solo sonido. Es extraño que un recién nacido no emita sonido alguno, generalmente a la primer bocanada de aire suelen emitir, como mínimo, un quejido. Pero este no. Aún no veo su carita ni su frente. Sólo veo su espalda. Ella lo mueve como si fuera de goma y él, cede. Se lo ve tan frágil, tan blando, tan flexible.
            - No, no puedo sacar la placenta. Es que tiene el cordón umbilical unido. No me alcanza el brazo. Tengo que buscar al médico. No entiendo nada. Cómo recién ahora me vengo a dar cuenta que estoy embarazada. No fuí a ningún control médico. ¡Qué horrible, qué descuidada, qué inconsciente! Mirá si este bebé tiene algún problema - me mira asustada, se le nota el terror en los ojos, muy abiertos, tanto que casi puedo ver mi misma cara aterrada en ellos.
Permanezco en silencio. No puedo articular palabra. Así como ella recién se entera que estaba embarazada y ya tiene un hijo en sus brazos, yo aún no puedo hacerme con los hechos que han sucedido en estos escasos minutos. Siento que estos acontecimientos no me pertenecen. Como si estuviera en un lugar inadecuado. La protagonista es ella y todo sucede a mi alrededor, yo soy tan solo un espectador. Tampoco se qué hacer en un momento así. Nunca vi un nacimiento con estas características: la mujer parada, tranquila, sin dolor, el bebé se mueve abruptamente, tanto que queda enhiesto en la barriga, como la piel no cede se rasga, se abre en un costado y por allí nace, de pie, traído al mundo por las manos de su madre, y sin cortar el cordón umbilical ni extraer la placenta. A pesar de ello también siento, contradictoriamente, una sensación de naturalidad en esta escena.
Estoy con la boca abierta y paralizado, no me puedo mover porque ahora mi atención está en descubrir la cara de ese o esa bebé. Mi señora lo está girando, quizá para comprobar también que se encuentre con vida, dado que su silencio quizá no sea natural sino mortal.
            - Mirala… es hermosa - me mira con una amplia sonrisa, aliviada quizá por comprobar que la niña no tiene, en apariencia, ningún síndrome ni anomalía.
En efecto, es hermosa, pero muy hermosa. Una carita redondita, perfecta, unos ojos negros profundos, se ríe en silencio. Mira fijamente los ojos de su madre y mueve las manitos. Sabemos o intuimos que no es muda, solamente está en silencio, se expresa con miradas, sonrisas y gestos.
            - Se la voy a dejar a la tía mientras voy a buscar al médico o me voy hasta el sanatorio. Tengo que buscar a alguien que me saque la placenta. Se me está cerrando la panza y se me va a producir una infección. Intenté sacarla pero me dolió al hacer un esfuerzo por despegarla. Está como adherida a mi cuerpo - acto seguido sale del pasillo y la veo marcharse por la calle, con su pollera raída y la remera blanca gastada, con su cabello al viento y la herida abierta en su panza.
Ahora que estoy solo, nuevamente en mitad del pasillo, prácticamente oscuro, me pregunto si todo esto habrá sido un sueño o realidad. Si hago un recuento de lo sucedido hasta ahora suena un tanto extraño, pero a la vez parece de lo más normal que mi señora haya tenido familia de pie, por un costado de su panza, y sin poder cortar el cordón umbilical. Ahora, lo que no me cierra de todo esto es cómo se fue a pedir ayuda para extraer la placenta si dejó a la bebé con su tía… y aún no había cortado el cordón. Si es un sueño definitivamente debo intervenir para ser yo quien corte ese cordón umbilical  de mi señora con nuestra hija, por el bien de nuestra familia.
Y si no lo es…

            - ¡Amor! ¡Morocha! Esperame que encontré unas tijeras en el baño. Ya entendí, ¡soy yo quien tiene que ayudarte a cortar el cordón! - grité mientras corría desesperadamente detrás de esa india, cuyo salvajismo estaba requiriendo de mi civilizada ayuda.