Les voy a presentar a un perrito muy extraño,
para nada común. Se llama MioGuau. Sí, así como lo oyen, parece que fuera medio
gato o medio perro, pero la verdad es que se trata de un perro armario.
Aunque les parezca rarísimo y super extraño,
así es, es un perro armario, único en su especie, por supuesto.
Cuando nació su mamá vio que a los costaditos
de la panza a su cachorrito, aún sin nombre, le aparecían como dos bultitos. Se
dijo que no era nada, seguro era una mancha endurecida, algún granito en crecimiento.
Nunca se imaginó lo que en realidad era. Su
papá también notó esas dos raras protuberancias pero no dio importancia.
Y así fue creciendo MioGuau, un perrito blanco,
con manchas marrones, con dos manchitas más grandes y duras que las otras.
Hasta que un día se quiso levantar pero no
pudo. Intentó e intentó pero por más fuerza que hizo, quedó agarrado al piso.
Llamó a su mamá con fuertes alaridos y allí
apareció ella, junto a su papá. No entendían que le sucedía a su hijito.
Ambos comenzaron a tirar de sus orejas, de la
cola, desde debajo de la pancita hasta que por fin lo lograron, MioGuau se pudo
parar en sus cuatro patas.
Se miraron extrañados porque ahora su hijo no
tenía dos manchas extrañas. Ahora lo que sobresalía de su pancita eran ¡dos
cajones!
¡Que les digo que sí, que dos cajones! Vacíos.
Por ahora no contenían nada. Pero a MioGuau le pesaba un poco y no había podido
levantarse porque se habían abierto. No estaba acostumbrado a ellos por lo que
no había podido mantener el equilibrio y erguirse. Cuando sus padres lo
empujaron hacia arriba los cajones se abrieron.
Era algo bastante extraño, nunca visto hasta
ahora, no había ningún primo en la familia con algo similar, tampoco ningún tío
ni abuela que fueran mitad silla o mesa, aparte de perros.
Se dijeron que por algo la vida les habría
enviado un hijo con estas características, que deberían aceptarlo y ayudar a su
pequeño a entender que él era diferente y que debería ver los beneficios de
tener dos cajoncitos en su panza.
Pues bien, MioGuau se fue acostumbrando a la
idea, cada día se manejaba mejor con sus cajoncitos, ya no se caía al agachar
su cabeza para tomar agua ni se caía de lado al levantar su pata para hacer
pis. Esto hizo que gran parte de la familia ya no se riera ante sus “metidas de
pata”.
Y sucedió que MioGuau empezó a utilizar los
cajoncitos. Al principio guardaba algún huesito pequeño, alguna pelotita que
encontraba olvidada en el patio de casa, a veces un poco de comida, por las
dudas que no le agarrase desprevenido el hambre y sin recursos. Pero así como
guardaba nuevos elementos en su interior se olvidaba que debía vaciarse para
poder continuar su camino. Entonces comenzó a trastabillar, se tropezaba con
las patas delanteras en una caminata simple, se iba para un costado si giraba
su cabeza… en fin… a ojos de los demás se estaba convirtiendo en un perfecto
perro desequilibrado, un loco como quien dice.
Entonces los papás llamaron un día a su hijo
para conversar. Se vino la famosa y temida frase: “hijo, vení, tenemos que
hablar”. ¡Chan!
MioGuau les decía que él no había sido, que él
no tenía nada que ver, que habría sido otro, que le preguntara a alguno de sus
primos. No sabía ni de que se estaba defendiendo pero sabía, por experiencia
propia, que debía dar su mejor discurso antes de tiempo.
Sus padres percibieron el temor de su hijo y le
tranquilizaron diciendo que no había hecho nada malo pero que estaban
preocupados por él. ¿Qué le sucedía que andaba como perdido? Lo veían todo el
día intentando mantener el equilibrio pero no lo conseguía. Andaba como
desorientado, como quien pierde el rumbo, no podía caminar ni tres pasos
seguidos, se iba para un costado o para el otro, o directamente se tropezaba o
caía de cola. Le dijeron si necesitaba hablar de algo, si había algún tema que
lo tuviera nervioso o preocupado, que para eso están sus papás, que podía
confiar en ellos y comunicarles lo que le estuviese pasando. Que ellos iban a
hacer todo lo posible para comprenderlo y para ayudarlo, pero que se abriera
para así poder entenderse.
Y es así como, aludiendo a la palabra clave,
“abrirse”, el perrito destrabó sus cajones y estos cayeron abruptamente hacia
sus costados, desparramando todo su contenido en la alfombra del piso.
¡Cuánta cosa había llegado a acumular MioGuau
en su interior! ¿Cómo hizo para soportar tanto peso sin deshacerse de nada?
¿Cómo había tolerado el mal olor que tenía dentro suyo si había trastos sucios,
huesos putrefactos, ovillos de lana enredados, por nombrar solamente algunos
objetos?
El perrito les dijo a sus padres que había olvidado
haber acumulado tanta cosa en su interior, a veces había intentado pedir ayuda
pero no quiso molestar, después no los quiso preocupar, que a veces los veía
preocupados entonces no quería ser una carga para ellos, y sin darse cuenta fue
acumulando cada vez más en su interior.
Sintió un enorme alivio cuando sus papás le
dijeron que se abriera, que sea como sea lo iban a entender, que él no estaba
solo, siempre contaría con ellos, que les tuviera confianza. También hicieron
hincapié en que no conviene acumular demasiado dentro de sí porque las cosas se
van venciendo, se descomponen y luego es más difícil deshacerse de ellas. A
tiempo debe ir desprendiéndose de todo aquello que ya no sirve en la vida. Y
que para esto siempre podría pedir ayuda a sus papás para caminar más liviano
en la vida.
Es así como MioGuau entendió que sus cajoncitos
eran buenos aliados para guardar cosas por un tiempo, para poder conocerlas y
estudiarlas detenidamente, pero luego despedirse de ellas, porque si comenzaba
a cargar demasiado esto lo podría distanciar de los demás y de sí mismo.
Y desde ese día sus padres le dieron una llave
que permitía a su hijo abrir y cerrar sus cajoncitos según su voluntad,
eligiendo cuándo y a quien abrirse y mostrar aquello que con mucho cuidado
atesoraba en su interior.
Encantador, el envase ideal para un mensaje a la vez profundo y hermoso. ¡Hay potencial en esa pluma! Ohh!, ¿pluma? ¿qué antigualla es esa? Teclado, pues!
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