22 de abril de 2011

El submundo de Plutón






Luego de varios días, semanas o meses, de confusión y malestar, en lo que aún no lograba descifrar si fue sueño o vigilia, Ondina Azul abre sus ojos y recorre el paisaje que le rodea. El suelo que la sostiene es de un azul y frio intensos, muy diferente a las arenas que entibian sus pies en su hogar. Su rostro se refleja en él y le cuesta creer cuanta tristeza emana de su mirada. Se lleva una mano al corazón y siente su débil latido. Al levantar su mirada observa un cielo estrellado, con constelaciones y galaxias desconocidas para ella. Ese casco cósmico es intensamente negro y misterioso, donde los espíritus celestes manifiestan danzas armónicas que Ondina no llega a comprender, pero queda extasiada admirando sus hipnóticos movimientos.
Para su sorpresa, allí prácticamente no existe la luz, solamente se es visible gracias al reflejo de las estrellas, tampoco hay viento, nubes, no hay vegetación ni seres vivos, de ninguna especie. Poco a poco comienza a erguirse y, un tanto debilitada, logra incorporarse en sus dos piernas, tomando conciencia de la liviandad con la que percibe su cuerpo. Se palpa desde la cabeza hasta los pies para comprobar que no está herida y sus alitas responden sin inconvenientes a su pedido, aunque no logran trasladarla a través del vuelo. Percibe en la planta de sus pies una gran fuerza que le impide siquiera saltar. Aún no sabe cómo apareció allí y que debería hacer, por lo que busca en sus vestimentas si está cargando su bolsito de polvo mágico para poder regresar a casa pero... no está allí. Comienza a penetrar en su interior un sentimiento de profunda soledad y desasosiego, el que no está habituada a sentir, por lo que se asusta e intenta no sentirse dominada por ello, queriendo elucubrar alguna estrategia de salvación. Imagina que posiblemente, en un mundo tan extraño, podría existir alguna especie de túnel que condujera hacia su mundo, o quizá zambullirse en un gusano del espacio para así cambiar de dimensión y encontrar su casa... pero ni lo uno ni lo otro se tornan tangibles.
Comienza a peregrinar por ese desierto helado, donde el azul bajo sus pies le recuerdan su preciado océano y la vía láctea la inunda con su inmensidad, llegando a preguntarse si en este lugar no se estará más cerca de las estrellas. En su andar va comprobando que allí no habita nadie, no hay vegetales ni minerales, no hay peces ni seres alados, aún menos animales, vertebrados o invertebrados, ni seres humanos. Esta sensación de unicidad en tan vasto universo le despierta un intenso palpitar en pecho. Lo apreta fuertemente para que sus manos transmitan tranquilidad y logra estabilizar su ritmo. En este momento varias imágenes vagan por su mente hasta cuestionarse dónde y cómo se originó su existencia. Su padre y madre siempre le habían dicho que al ser un hada del agua, ella siempre había tenido existencia, era un espíritu perenne e inmortal... pero ahora... estas palabras eran demasiado amplias para asirlas en su conciencia. Si esto era así... ¿cómo era posible que en ese mismo instante una estrella hubiese muerto ante su presencia? ¿Acaso su ser no estaba compuesto por rastros de éstas? En este instante no podía darse cuenta si lo que incrementaba su angustia era la posibilidad de realmente experimentar, alguna vez, su muerte, o, por el contrario, si nunca pudiera llegar a conocer este último tramo en una existencia.
En estos viajes interiores se encontraba Ondina cuando percibe que frente a ella hay un par de ojos que la observan inquisitivamente. No sabe si dar otro paso o permanecer inmóvil. No reconoce las intenciones del ser que, majestuosamente, se despliega ante ella. Si no fuera porque es prácticamente transparente, Ondina habría pensado que se trata de un viejito como los que van a pescar en sus embarcaciones en el mar, pero éste es completamente distinto. Barba larga y enteramente blanca, que irradia una extraña luz, cabello interminable que se funde con las estrellas, espesas cejas que dotan de una profunda amabilidad a sus ojos, manos de dedos largos y finos, acostumbrados a dominar las artes de la alquimia sideral. Se encuentra sentado sobre un atanor grande y antiguo en cuyo interior una sustancia permanentemente cambia de color e intensidad. Ondina observa que por debajo de esto emergen algunas llamas de un pequeño e incesante fuego.
- ¿Cómo hace este señor para mantener prendido un fuego cuando no hay viento, ni maderas y está todo congelado? - se pregunta Ondina mientras observa detenidamente este escenario.
Sobre su regazo porta un inmenso y viejo cuaderno, en el que Ondina logra visualizar algunos símbolos extraños y fórmulas, que sin duda, son secretas. Aparece una estrella de cinco puntas con escritos en su interior, palabras extrañas que no logra reconocer, como VITRIOL, recetas y descripciones que implican el Azufre, Mercurio y Sal, entre otros. Este señor se encontraba escribiendo, concentrado y enajenado, algunas anotaciones al margen de los dibujos allí presentes. Ondina, como en medio de un trance hipnótico, iba siendo transportada hacia ese mundo desconocido, cuando su nariz toca un extremo del inmenso libro.
- ¿Qué haces aquí, entrometida? - pronunció con voz ronca y vibrante el viejo que, ahora, se desplegaba con unos ojos muy abiertos.
- No se donde estoy... disculpe... no lo quería interrumpir pero... estaba yo jugando con unos amigos en mi casa, en el Mar de los Sueños, donde vivo junto a mis padres... y ahora...
- Aún no me dices que haces aquí - increpó un poco irritado el habitante de ese lugar.
- Es que no se cómo decirle que no sé que estoy haciendo aquí. Porque ni siquiera se dónde estoy... ¿qué lugar es este? He recorrido varios lugares en mi planeta pero... no se si esto es la Tierra o...
- No... esto no es la Tierra... este es mi planeta y se llama como yo, Plutón. Acá viene poca gente, no es usualmente visitado... puesto que es considerado el mundo subterráneo... está tan alejando de lo que conocemos que la gente teme pasar por aquí, puesto que no son pocos los que han entrado, se han extraviado y nunca más pudieron volver a su hogar - explicaba más tranquilo el Rey Plutón.
- Ahhh... sí! Plutón... Plutón... sí... me suena conocido ese nombre... ay, ¿de donde? - se rascaba la cabeza Ondina intentando recordar su fuente de conocimiento.
- Quizá tu padre te haya hablado de mi... o tu madre, puesto que varias son las que temen mi presencia. Antes solía recorrer la Tierra durante el otoño y así poder traer conmigo alguna doncella, puesto que la soledad de mi territorio debía ser alivianada con el calor de una compañía femenina. Pero sus madres no toleraban su ausencia y de alguna manera lograban conseguir ayuda y me arrebatan la presencia de sus hijas, volviendo a quedar aquí solo - recordaba con nostalgia el viejo Rey.
- Pero tu las ibas a buscar... ¿cómo es que yo vine hasta aquí? ¿alguna vez vino alguien por su propia iniciativa? - preguntaba intrigada la hadita.
-No tanto como yo quisiera. Realmente este es un lugar que genera mucho temor. Te has dado cuenta que aquí, visiblemente, no hay mucha cosa, ¿verdad? Quien llega hasta aquí y solamente percibe con sus ojos físicos ve un suelo frio e inhabitado, gran oscuridad y escasa luz, ausencia de vida y una inabarcable sensación de soledad y vacío - mencionaba casi desafiante Plutón.
- Si... cuando desperté pude ver este mismo paisaje desértico... me angustió tanto sentirme tan pequeña y fugaz... ¿pero sabes que? Cuando cierro mis ojos siento que bajo este duro y frío suelo... hay una gran riqueza por descubrir... como en lo profundo del mar, donde vivo junto a mi familia - compartía tranquilamente Ondina.

El viejo rey guardó silencio y permitió que aquello inundara a su visitante hasta que ella misma pudiera romper la capa de hielo bajo sus pies. Prosiguió con su actividad, escribiendo nuevas fórmulas en aquellas antiguas páginas, sin despegarse un momento de su lugar. El fuego aún se mantenía encendido y la sustancia transmutaba hacia algo con mayor solidez.
Ondina se había sumergido en sus pensamientos para poder captar con mayor comprensión lo recién expuesto por su interlocutor. Intentó darse cuenta de qué cosas le gustaría descubrir bajo sus pies. ¿Qué se escondería bajo aquella oscuridad... bajo su sombra? Seguramente habrían cosas desagradables porque se empezó a inquietar. Por momentos sentía gran temor, hasta de perder la cordura, por otros sentía un gran rechazo hacia sí misma aunque no sabía bien por qué. Se había arrodillado para poder mirar hacia más abajo aunque todavía veía todo oscuro. De a ratos levantaba la mirada y veía que Plutón la acompañaba desde el silencio. Hizo un gesto prudente para infundirle confianza, puesto que se encontraba amparada bajo su protección, aunque sintió que en lo más interno de su fuero, se encontraba sola consigo misma.
Advirtió que, cuanto más se cuestionaba sobre sí misma, sobre lo conocido y lo no conocido, sobre lo aparentemente real y lo fantaseado, las expectativas que habían quedado frustradas, los deseos que no había podido cumplir y los aspectos que no le gustaban de sí misma, el fuego aumentaba su intensidad, con intensas chispas, y la sustancia, aún negra, se estaba suavizando en su tonalidad y queriendo pasar a otro color.
Ondina volvió a centrarse en sí misma, cerró los ojos para poder “mirarse mejor” y de a poco algunas luces, en medio de la oscuridad, comenzaron a tomar forma. Ante todo surgió la idea de que no había límites. Su oscuridad era la misma que se encontraba bajo el hielo. No había separación, era todo lo mismo, la noción de separación sólo surgía cuando abría sus ojos. Si no había separación y era todo uno... entonces podría entrar y salir cuando ella lo decidiese de aquel mundo subterráneo. Algo comenzó a transformarse en su interior cuando tomó conciencia de su libertad.
En este momento Plutón advirtió este cambio en Ondina y, adoptando una postura solemne, comenzó a pronunciar unas palabras en voz alta, de manera pacífica, firme y sagrada: “Visita - Interiorem - Terrae - Rectificando - Invenies - Operae - Lapidem”.
Estos sonidos consagrados vibraban en cada una de las estrellas y seres celestes del universo circundante. Con cada sílaba emitida cambiaban su órbita, frecuencia e intensidad de luz, formando nuevos símbolos y creaciones en el plano cósmico. Los sonidos primordiales se conectaban con la esencia misma del universo. La comunicación era íntima e iluminada y Ondina formaba parte de ello.
El magnánimo Plutón prosiguió su dialéctica universal: “Desciende a las entrañas de la tierra y destilando, encontrarás la piedra de la Obra alquímica”.
Ondina permanecía con sus ojos cerrados pero ahora se encontraba recostada en el suelo en posición fetal. Sus brazos cruzados entre sí intentaban controlar un inminente llanto. Sus piernas, juntas entre sí, se apretaban cada vez más hacia su cuerpo. En su interior sentía que algo se había desgarrado y había cambiado para siempre. Como si una parte de sí misma hubiera sido arrebatada o liberada por un intenso movimiento interior. Esto provocaba una sensación de vacío y pérdida. Se sentía confundida puesto que la tristeza la invadía por este desconocimiento de sí misma y la pérdida de un fragmento de su ser, pero a su vez tenía una inmensa alegría por la libertad que le suponía terminar con viejas ataduras. Nacía en su interior un nuevo ser. Ya no se sentía una niña pequeña e indefensa, de piernas tembleques y mirada dubitativa. Ahora crecía en su interior una joven llena de luz y riqueza, de humildad y bienestar.
Plutón seguía acompañando el proceso de Ondina con ánimos y sabias palabras, mientras en su mano derecha, sostenía firmemente, un rosario de tan solo 17 cuentas, 15 negras y 2 blancas: “Sigue descendiendo a las entrañas de la tierra, ella te ofrece su útero para que puedas ir hasta lo más profundo de tí misma, permítete recibir amorosamente la calidez de su vientre para descender hacia las profundidades de tu ser. Libérate de las ataduras, destruye y disuelve todo aquello que ya no te es útil, aquello que ya cumplió su ciclo en tu vida, no cargues con lo que ya no sirve, no te aferres a antiguos sentimientos y recuerdos del pasado. Destila y purifica lo antiguo”.
Estas palabras conmovían hasta lo más insondable de su ser y Ondina se movía en espasmos en el suelo, mientras el fuego incrementaba su intensidad.
- ¡Ya te has encontrado a tí misma! No te quedes allí, no te conformes con esto! Tu has conquistado el Valor, el Coraje. Permite que el cuervo se libere de las cadenas y vuelve sobre lo alto de tu nuevo cielo, ese cielo que tu misma estas creando. Permite que este cuervo tome con su pico y sus garras las viejas estructuras, los viejos paradigmas y los lleve hasta el centro de la tierra, donde puedan transformarse en nuevas formas de ver y sentir la vida - exclamaba en voz alta y con sus brazos alzados a cierta distancia del hada.
De inmediato Ondina abre sus brazos y pierna y se coloca de manera extendida sobre el suelo, boca arriba. De esta manera formaba la imagen de una estrella y se conectaba con el poder del universo y la inmensidad de la oscuridad. Un negro cuervo se materializa desde el interior de este frio suelo y levanta vuelo perdiéndose en la vastedad del cielo estrellado.
En ese momento un intenso ruido se produjo en el interior del atanor y la sustancia negra ahora era blanca. Era de un blanco puro, luminoso, como recién nacido. El fuego permanecía encendido y con mayor fuerza, como si los sonidos emitidos por Plutón y los movimientos de Ondina fuesen su combustible.
- ¡Sigue así Ondina, acabas de elegir tu nacimiento consciente! Has transitado una muerte y estas renaciendo a esta nueva forma de vida. Has sido iniciada en los misterios femeninos. Una nueva vida se abre ante ti, una vida intuitiva, receptiva, cálida, nutricia, fértil, independiente, equilibrada y astuta. Una vida renovada, de conquista y riqueza, de sabiduría sobre la tierra. Deja que tu alma se abra de par en par y fluyan todos sus sentimientos. No tengas miedo, el mundo te está recibiendo en sus cálidos brazos. El sol y la luna te esperan con su suave manto para acobijar tu renacimiento. Permite que aflore tu alegría y gozo por esta nueva vida - proclamaba exaltado Plutón mientras Ondina comienza a gemir y gritar, como un bebé recién nacido, mientras de sus ojos comienzan a brotar inmensas lágrimas cristalinas.
Estas derriten el hielo bajo su cuerpo y, junto al chisporrotear del fuego, Ondina pasa a la última fase de su transformación, cuando en el interior del atanor, la sustancia blanca ahora ha transmutado en un intenso rojo, consiguiendo así la unión con el todo, sintiéndose una con la totalidad del cosmos.
- ¡Ondina, estas en la útlima etapa de tu obra! Has conseguido transmutar el plomo en oro. Allí en el atanor se encuentra tu Gran Obra y tu misma eres la prueba viviente de ello. Has logrado integrar tu niña eterna con tu vieja sabia, uniendo tu alma, espíritu y cuerpo. ¡Has logrado lo más preciado, has logrado la Totalidad! Se han disuelto las barreras y ya no te invade la sombra, has logrado integrar los opuestos, estos ahora se juntan y complementan y te conectas directamente con el Alma del Mundo - revelaba emocionado y tranquilo por cumplir con su participación en la obra, habiendo oficiado de guía en este mundo.
Plutón vuelve a retomar su lugar, sobre el atanor, ahora con el fuego apagado y la roja obra cristalizada en su interior. Guarda el rosario en su lugar y se dispone a continuar sus registros en su cuaderno.
- Plutón... yo no sabía que había venido hasta aquí para esto... pero era la hora indicada para ello. Creo que a veces podemos ingresar a tu mundo de manera consciente y buscada... pero en otras oportunidades es un desvío, una confusión, un adormecimiento y, de alguna manera, estábamos buscando llegar a tu encuentro. Debo agradecer tu presencia y guía en este proceso porque aunque al principio puedes inspirar miedo, en realidad generas respeto y mucho amor por la visita a tu territorio - expresaba de manera cálida y sensible Ondina, quien se sentía un poco más en casa en ese lugar.
- Bien Ondina, esta no es la última vez que vengas por aquí ¿sabes? Varias veces en nuestra vida pasamos por mi planeta y siempre estoy aquí para acompañar a aquellos que quieran transformar su vida e ir logrando la Gran Obra, la Totalidad - y diciendo esto, abraza a Ondina y le entrega el símbolo dorado que le recordará su pasaje por este submundo, donde una vez entró una Ondina ingenua y frágil, y salió un hada luminosa, intuitiva y sabia, dispuesta a compartir sus conocimientos con el mundo.