24 de marzo de 2011

LOBA ROJA





Cassandra era conocida como “La mujer sin tiempo”, “El antiguo llamado del bosque” o “El oráculo luminoso”, y habitaba en una antigua choza al pie de la montaña junto al Lago de la Vida.

Todos los habitantes de la aldea sabían de su existencia pero solo algunos se habían animado a consultarla. Quienes sí solían tener coraje para ello eran algunas mujeres desorientadas, perdidas y confusas que, generalmente, despertaban en medio de la noche aullando desesperadas, jalando desenfrenadamente de sus cabellos, arañando las paredes, abriendo hoyos en el suelo, sin conocer el motivo de tal alterado estado de conciencia.
Muchos padres y esposos se espantaban cuando una mujer de su familia se encontraba presa de este trance. Corrían en busca de prístina agua del lago y se la esparcían violentamente por el rostro a la víctima. Otros cortaban ramas y raíces de los Árboles Ancianos, los mezclaban con sangre de águila en agonía y barro humedecido por la reciente lluvia. Mientras algunos sujetaban fuertemente, por sus brazos y piernas, a la mujer alterada, otro se ocupaba de pintar enteramente su cuerpo con esta exótica fórmula. Ya fuera por cansancio o porque la luna llena había cumplido su ciclo, la mujer en cuestión, de un momento para otro, caía rendida en un profundo sueño que duraba 3 días.
Este ritual se repetía una vez al mes sin que coincidiera con las restantes mujeres. Algunas se manifestaban en simultáneo al inicio y otras al final, algunas durante épocas de intensa lluvia y viento, otras en luna llena o nueva. Esto generaba gran desconcierto en su entorno ya que no podían predecir cuando se produciría el próximo episodio, lo que ocasionaba gran malestar y preocupación a la aldea en general, puesto que el antídoto muchas veces era abortado en su elaboración porque el lago estaba congelado en el frío invierno, las águilas se ausentaban por largos períodos al estar recluídos cambiando su pelaje, o no conseguían barro húmedo porque las nubes recorrían otros cielos, dejando a la población anhelando su profuso llanto.
Estas mujeres, muy jóvenes ellas, ocultaban un gran secreto, pues pensaban que si lo revelaban, podrían ser atacadas o, incluso peor, ser condenadas a muerte por cargar una maldición. Este aparente demonio que las poseía irrumpía sin previo aviso y, por regla general, durante la noche. Era de color rojo intenso, oscuro, viscoso y con fuerte aroma a cambio. Su paso por el interior de éstas era desgarradoramente doloroso, arrastrando en su recorrido las semillas de la vida hacia su inminente muerte. Algunas mujeres dejaban de ser visitadas por esta extraña presencia y en sus entrañas sentían florecer un jardín lleno de luz y posibilidades. Varios ciclos lunares eran testigos de este nuevo ser, completamente pacífico, que veía crecer un abultado vientre.
Pero Indira no había logrado acceder a este estado de paz. Oportunamente, cada mes, anticipaba el episodio frenético del cual sería víctima por un intenso período de tiempo. Vivía con sus padres y 6 hermanos varones, siendo ella la menor, y por ende, la menos comprendida de su núcleo familiar.
Esta vez, para estos días “especiales”, habían optado por recluirla en una pequeña choza a varios metros de su hogar. Se encontraba en el centro del bosque, rodeada de altos árboles de anchos troncos y espeso follaje, donde los búhos y lechuzas se sentían a gusto para la búsqueda de alimento en la vida nocturna.
Por las noches, entre el sonido del viento al mover los viejos árboles y el acecho de los animales salvajes, Indira, allí sola, se veía a sí misma como el ser más repudiado de su tierra y alrededores. Era confinada allí por un lapso de 4 días, donde se le prohibía contacto con otro ser humano, sin generar inconvenientes la proximidad a los animales del entorno.
Durante la luz del primer día Indira se sentía tranquila, pudiendo disfrutar del verde y azul paisaje de la naturaleza. Se regocijaba en el silencio y la soledad en esos días, donde sentía que podía ser genuinamente ella, libre y salvaje. Adoraba andar descalza, semi desnuda al colgar de su cuerpo unos pocos harapos blancos, se bañaba desnuda en el lago, deleitándose con la frescura de su húmeda cabellera que secaba al viento, se alimentaba de peces que ella misma apresaba con una red fabricada por su padre y, en la calma de la tarde, se acostaba sobre el suave césped y se maravillaba contemplando los misterios de la vida a su alrededor.
Desde pequeña tenía afinidad con los animales del bosque, siendo elegida por ellos para jugar y enseñarles sus crías, pero especialmente en estos días es cuando más la visitaban, acompañandola, y ella leía en sus ojos que estos entendían su soledad.
Durante el ocaso del primer día se sentía nostálgica, melancólica y se desconocía a sí misma, como si este estado anímico le fuese ajeno o le hablase de épocas remotas de las que no poseía memoria. Admirando la retirada del sol se escapaban algunas lágrimas al sentirse tan vulnerable y frágil. Reconocía estar entrando en el período negro de la primer noche. Esa oscuridad que no solo provenía de la ausencia del padre sol sino que sentía era su propia sombra, todo aquello que ella desconocía de sí misma. Lo que más terror le provocaba era sentise expuesta a su propio bosque interno, siniestro y en tinieblas, llegando a escuchar aullidos y lamentos, que en estos días era imposible dejar atrás. La negrura del exterior reflejaba su estado interno y temía la visita escarlata.
Esta primer noche acostumbraba prender un fuego con varios leños para mantener el calor de su espíritu. Se daba fuerzas a sí misma al meditar observando sin pestañear las chispas de la llameante fogata. En ocasiones anteriores había sentido, durante días, la compañía de las brasas, aún calientes, en su interior. Aprovechaba la lumbre para cocinar un caldo provisto de verduras, especias frescas recogidas en las primeras horas de la mañana, acompañado por pan traído de su hogar. A conciencia prefería apartar la carne de esta preparación puesto que tenía el convencimiento de que, en caso contrario, estaría tentando al demonio.
Cerraba cuidadosamente las rústicas cortinas para ser inmune a la luz de la luna, trancaba con un largo tronco la puerta deteriorada, para que lobos ni osos ingresaran a su choza, guardaba todos los objetos que pudieran ser dañinos al reconocerse que, en el estado a sumergirse en breves instantes, podía llegar a herirse en pleno descontrol.
Luego de cenar se acurrucaba en un manto de piel frente al fuego y esperaba tener un profundo sueño que le permitiese evadir esa dolorosa transición. Pero algunas horas mas tarde se veía despierta por un arrebato de dolor insoportable, sintiendo un fuego que la quemaba por dentro, tanto que sus piernas no podían tocarse entre sí y corría desesperada en busca de agua fresca. Se arrastraba en cuatro patas, cual loba desquiciada, y bebía de igual manera, directamente del hoyo repleto del líquido que ella misma había provisto momentos antes. Sentía que se le agrietaba la piel, endureciéndose como el cuero, su cabello fino y sedoso mutaba a un oscuro pelaje grueso y sus uñas daban paso a filosas garras.
En ese momento arrancaba con sus colmillos las cortinas y dando hocicazos a la ventana, rompía el vidrio y por allí, en un salto, se escurría para perderse en oscuro bosque. De vez en cuando paraba para aullar a la luna, pidiendo su luz y bendición en un lastimoso llanto, para esta transmutación. Cuando se sentía cortejada por ésta seguía su recorrido entre los árboles. Era un momento de iniciación en soledad, no habían mas lobos ni lobas con ella. Se restregaba contra el tronco de los árboles, marcando su territorio, sintiendo en el dolor la intensidad de la experiencia. Se sentía poderosamente viva, como por vez primera. Se había transformado en una hermosa loba roja y se admiraba al contemplarse en el reflejo del lago. Con la luna detrás de ella podía ver cómo salían destellos de su pelaje y ojos. Los ojos negros más hermosos que había visto. Era una mirada sabia, conocedora, antigua y locamente salvaje. No conocía ataduras ni convencionalismos. Dentro de ellos reconocía lo más profundo de su ser, eso que siempre es pero no es, eso que está pero no todos ven, aquello que siempre ha sido y siempre será: esencia – naturaleza – mujer – loba.
Luego de haberse asimilado largamente en su estado más puro, con la respiración agitada y entrecortada, pero feliz y libre, vuelve lentamente hacia la choza. Sus patas traen el recuerdo de tierras vivas e inteligentes, sus orejas caen suavemente sobre los lados de su rostro, la cola reposa entre las patas, acompañando el paso cansino de esta nueva Indira.
Al llegar a la choza ve su joven mano empujando la puerta y ve como su pie derecho es el primero en marcar el ingreso en esta renovada, transformada y recreada vida.
Se viste con pieles de cisne blanco, sintiéndose confortada por la suavidad y calidez del plumaje. Se recuesta en el mismo lugar frente al fuego y se sume en un profundo sueño de 3 días y 3 noches.
Despierta al amanecer del cuarto día sintiéndose el ser más sabio y bello de toda la existencia. Arranca varias plumas de su atuendo y crea ornamentos con ellas, las que cuelga esmeradamente en su cabellera. Construye un collar con alas de mariposas y lo luce en su cuello. Cambia sus vestiduras por un manto blanco, sujetándolo en la cintura con un fino cuero de oso y retoma el mismo sendero para volver a su hogar. Aún no sabe muy bien lo que ha sucedido pero siente que ya no es la misma o, mejor dicho, siente que ahora sí es ella misma.
Conmovida y estupefacta por la experiencia anterior equivoca el rumbo y toma un camino desconocido. Cuando el sol le indica que se encuentra lejos de su hogar identifica cuenta que está al pie de la montaña. Este lugar está prohibido para mujeres jóvenes.

  • Shhh... Solo si vienes portando un diálogo lleno de preguntas puedo comunicarme contigo – sentenció Cassandra, la bella y sabia hechicera.
  • Pero... yo no... - alcanzó a musitar Indira.
  • Eso no parece ser una pregunta. ¿Has entendido lo que fluye por mis labios? - decía entre cortés y severa.
  • ¿Es posible que pueda estar hablando contigo? ¿Tengo permitido este encuentro? - indagaba inocentemente la nueva mujer.
  • Te ha tomado 4 días poder llegar hasta aquí. La antigua Indira no lo habría conseguido. Muchas mujeres de tu pueblo no lo han hecho y no lo podrán hacer. Varias han renegado de la loba roja y otras la han desterrado antes de tiempo. Tu has sido tenaz, respetuosa y valiente. Te has permitido cambiar tu piel para que aflore tu verdadera esencia, tu naturaleza salvaje – comunicaba certeramente la poderosa fémina.
  • ¿Siempre inspira tanto temor el pensar o creer que puede haber una loba roja dentro nuestro? ¿Cómo podemos reconocer su presencia? ¿Esta puede morir si no nos permitimos conocerla? - se cuestionaba intensamente la joven.
  • ¿Acaso lo que más tememos no es vernos a nosotros mismos? ¿No sientes temor al entrar en el oscuro bosque por las noches? ¿No sientes un intenso miedo que crispa tu piel cuando te encuentras en el más sonoro silencio? ¿NO ES ACASO LO QUE MÁS ANSIAMOS AQUELLO QUE MÁS TEMEMOS? - increpaba delicadamente la dama del bosque.
  • ¿Mi enorme miedo a la felicidad es por el riesgo que implica entregarme a ella? ¿Mi gran temor al amor es por el miedo a perderlo o sentirme expuesta ante esto? ¿Todos tememos adentrarnos en la sombra de nuestro bosque interno porque, de alguna manera, sabemos que a pesar de todo el dolor y fealdad, vamos a encontrar la luz más maravillosa que pueda existir? - confiaba aún más la incipiente salvaje.
  • Indira: todos, hombres y mujeres, sin excepción, llevamos dentro nuestro, un gran bosque, lleno de sombras, laberintos y seres tenebrosos. Pero así como portamos esto, también llevamos una naturaleza viva, llena de luz. Llevamos osos, lobos y águilas que nos permiten recorrer este bosque por cada rincón y cueva oculta. Tu te has permitido ser guiada por tu propia loba interior, esa loba roja alquímica, que supo llevarte hasta lo más profundo de tu oscuridad interna y, una vez que tocaste fondo, te hizo resurgir como las brasas de tu fuego interior. Antes, eras una loba negra, desconocida, temerosa, que se defendía por miedo a ser dañada; luego fuiste una loba roja, intrépida, aguerrida, agresiva, que protegía con garras y colmillos su más preciado tesoro, tu luz interior, tu naturaleza salvaje; y ahora eres una loba blanca, una loba sabia, pacífica, conocedora, perenne, segura y dueña de sí misma, capaz de irradiar todo su esplendor y conocimiento con su simple mirar y caminar. Tu has contestado todas tus preguntas.
  • ¿Ahora que soy una loba blanca... deberé vivir en la soledad del bosque? ¿Seré rechazada por los demás al no ser como ellos? - preguntaba visiblemente consternada Indira.
  • ¿Ser como ellos? ¿Acaso todos somos iguales? Todos somos lobos de distintas manadas, algunos con mas afinidad que otros, unos mas intrépidos que otros, pero todos, sin excepción, llevamos este ser dentro nuestro. Tu has transmutado y tu alma se refleja en tu piel, en tus ojos, en tus palabras y silencios. Tu puedes estar en tu mayor estado salvaje en el medio más rígido que te puedas imaginar. Muchos no te reconocerán con tus actuales características, otros se apartaran por temor a lo desconocido, otros te culparán por tu discurso a veces incomprensible, pero todos, en su interior, desearán tener el mismo coraje que tu para sentir la libertad, creatividad, paz y amor que irradias.
  • Tu que eres el oráculo luminoso... ¿puedes decirme cómo animar a otros lobos dormidos a despertar? - aventuró a preguntar sin saber si obtendría respuesta.
  • Una loba blanca debe ser honesta, franca, humilde en su proceder. Deberá ser medida en sus palabras, generosa en su aliento y conocimientos, motivadora del crecimiento personal, la brújula que guía a los que se han perdido, la voz que despierta a los adormecidos, la mano que corta la anestesia del alma. Un ser blanco debe contagiar su ánimo, su estilo de vida, su autenticidad, sus mágicas palabras, incentivar la creatividad y la expresividad de su esencia. Deberás ser más indulgente con los que más alejados de su sombra se encuentren. Paso a paso los acompañarás para que el temor no los invada y paralice a mitad de camino. Siempre inspirarás confianza en que al final de éste siempre está la luz de nuestra alma y así, no temer la felicidad y paz tan anheladas – indicó mientras colocaba en el mano de la joven un objeto hecho de redecillas, formando un atrapasueños de plumas de águila y cartílagos de ave.
  • ¿Este amuleto me guiará en mi camino? - se maravillaba Indira ante tan especial regalo.
  • Todo guía aquí en la tierra necesita de un guía superior, no lo olvides. Tu ser supremo está en ti y este atrapasueños es solamente un puente para acceder a él. Ve a recorrer este camino con el entusiasmo de aumentar tu manada – alentó “la mujer sin tiempo”, despidiendose de ella con un tierno abrazo.
  • Ahora entiendo por qué tantos te temen... uno teme aquello que más anhela... y tu inspiras la sabiduría de todos los tiempos.

Cassandra se fue a recorrer el lago, a la espera de una próxima loba perdida e Indira retomó su camino corriendo salvájemente, guiada por el ímpetu de encontrarse con otros lobos y compartir sus conocimientos con ellos, para así disfrutar de una nueva comunidad: creativa, sabia, amorosa y pacífica.