22 de abril de 2011

El submundo de Plutón






Luego de varios días, semanas o meses, de confusión y malestar, en lo que aún no lograba descifrar si fue sueño o vigilia, Ondina Azul abre sus ojos y recorre el paisaje que le rodea. El suelo que la sostiene es de un azul y frio intensos, muy diferente a las arenas que entibian sus pies en su hogar. Su rostro se refleja en él y le cuesta creer cuanta tristeza emana de su mirada. Se lleva una mano al corazón y siente su débil latido. Al levantar su mirada observa un cielo estrellado, con constelaciones y galaxias desconocidas para ella. Ese casco cósmico es intensamente negro y misterioso, donde los espíritus celestes manifiestan danzas armónicas que Ondina no llega a comprender, pero queda extasiada admirando sus hipnóticos movimientos.
Para su sorpresa, allí prácticamente no existe la luz, solamente se es visible gracias al reflejo de las estrellas, tampoco hay viento, nubes, no hay vegetación ni seres vivos, de ninguna especie. Poco a poco comienza a erguirse y, un tanto debilitada, logra incorporarse en sus dos piernas, tomando conciencia de la liviandad con la que percibe su cuerpo. Se palpa desde la cabeza hasta los pies para comprobar que no está herida y sus alitas responden sin inconvenientes a su pedido, aunque no logran trasladarla a través del vuelo. Percibe en la planta de sus pies una gran fuerza que le impide siquiera saltar. Aún no sabe cómo apareció allí y que debería hacer, por lo que busca en sus vestimentas si está cargando su bolsito de polvo mágico para poder regresar a casa pero... no está allí. Comienza a penetrar en su interior un sentimiento de profunda soledad y desasosiego, el que no está habituada a sentir, por lo que se asusta e intenta no sentirse dominada por ello, queriendo elucubrar alguna estrategia de salvación. Imagina que posiblemente, en un mundo tan extraño, podría existir alguna especie de túnel que condujera hacia su mundo, o quizá zambullirse en un gusano del espacio para así cambiar de dimensión y encontrar su casa... pero ni lo uno ni lo otro se tornan tangibles.
Comienza a peregrinar por ese desierto helado, donde el azul bajo sus pies le recuerdan su preciado océano y la vía láctea la inunda con su inmensidad, llegando a preguntarse si en este lugar no se estará más cerca de las estrellas. En su andar va comprobando que allí no habita nadie, no hay vegetales ni minerales, no hay peces ni seres alados, aún menos animales, vertebrados o invertebrados, ni seres humanos. Esta sensación de unicidad en tan vasto universo le despierta un intenso palpitar en pecho. Lo apreta fuertemente para que sus manos transmitan tranquilidad y logra estabilizar su ritmo. En este momento varias imágenes vagan por su mente hasta cuestionarse dónde y cómo se originó su existencia. Su padre y madre siempre le habían dicho que al ser un hada del agua, ella siempre había tenido existencia, era un espíritu perenne e inmortal... pero ahora... estas palabras eran demasiado amplias para asirlas en su conciencia. Si esto era así... ¿cómo era posible que en ese mismo instante una estrella hubiese muerto ante su presencia? ¿Acaso su ser no estaba compuesto por rastros de éstas? En este instante no podía darse cuenta si lo que incrementaba su angustia era la posibilidad de realmente experimentar, alguna vez, su muerte, o, por el contrario, si nunca pudiera llegar a conocer este último tramo en una existencia.
En estos viajes interiores se encontraba Ondina cuando percibe que frente a ella hay un par de ojos que la observan inquisitivamente. No sabe si dar otro paso o permanecer inmóvil. No reconoce las intenciones del ser que, majestuosamente, se despliega ante ella. Si no fuera porque es prácticamente transparente, Ondina habría pensado que se trata de un viejito como los que van a pescar en sus embarcaciones en el mar, pero éste es completamente distinto. Barba larga y enteramente blanca, que irradia una extraña luz, cabello interminable que se funde con las estrellas, espesas cejas que dotan de una profunda amabilidad a sus ojos, manos de dedos largos y finos, acostumbrados a dominar las artes de la alquimia sideral. Se encuentra sentado sobre un atanor grande y antiguo en cuyo interior una sustancia permanentemente cambia de color e intensidad. Ondina observa que por debajo de esto emergen algunas llamas de un pequeño e incesante fuego.
- ¿Cómo hace este señor para mantener prendido un fuego cuando no hay viento, ni maderas y está todo congelado? - se pregunta Ondina mientras observa detenidamente este escenario.
Sobre su regazo porta un inmenso y viejo cuaderno, en el que Ondina logra visualizar algunos símbolos extraños y fórmulas, que sin duda, son secretas. Aparece una estrella de cinco puntas con escritos en su interior, palabras extrañas que no logra reconocer, como VITRIOL, recetas y descripciones que implican el Azufre, Mercurio y Sal, entre otros. Este señor se encontraba escribiendo, concentrado y enajenado, algunas anotaciones al margen de los dibujos allí presentes. Ondina, como en medio de un trance hipnótico, iba siendo transportada hacia ese mundo desconocido, cuando su nariz toca un extremo del inmenso libro.
- ¿Qué haces aquí, entrometida? - pronunció con voz ronca y vibrante el viejo que, ahora, se desplegaba con unos ojos muy abiertos.
- No se donde estoy... disculpe... no lo quería interrumpir pero... estaba yo jugando con unos amigos en mi casa, en el Mar de los Sueños, donde vivo junto a mis padres... y ahora...
- Aún no me dices que haces aquí - increpó un poco irritado el habitante de ese lugar.
- Es que no se cómo decirle que no sé que estoy haciendo aquí. Porque ni siquiera se dónde estoy... ¿qué lugar es este? He recorrido varios lugares en mi planeta pero... no se si esto es la Tierra o...
- No... esto no es la Tierra... este es mi planeta y se llama como yo, Plutón. Acá viene poca gente, no es usualmente visitado... puesto que es considerado el mundo subterráneo... está tan alejando de lo que conocemos que la gente teme pasar por aquí, puesto que no son pocos los que han entrado, se han extraviado y nunca más pudieron volver a su hogar - explicaba más tranquilo el Rey Plutón.
- Ahhh... sí! Plutón... Plutón... sí... me suena conocido ese nombre... ay, ¿de donde? - se rascaba la cabeza Ondina intentando recordar su fuente de conocimiento.
- Quizá tu padre te haya hablado de mi... o tu madre, puesto que varias son las que temen mi presencia. Antes solía recorrer la Tierra durante el otoño y así poder traer conmigo alguna doncella, puesto que la soledad de mi territorio debía ser alivianada con el calor de una compañía femenina. Pero sus madres no toleraban su ausencia y de alguna manera lograban conseguir ayuda y me arrebatan la presencia de sus hijas, volviendo a quedar aquí solo - recordaba con nostalgia el viejo Rey.
- Pero tu las ibas a buscar... ¿cómo es que yo vine hasta aquí? ¿alguna vez vino alguien por su propia iniciativa? - preguntaba intrigada la hadita.
-No tanto como yo quisiera. Realmente este es un lugar que genera mucho temor. Te has dado cuenta que aquí, visiblemente, no hay mucha cosa, ¿verdad? Quien llega hasta aquí y solamente percibe con sus ojos físicos ve un suelo frio e inhabitado, gran oscuridad y escasa luz, ausencia de vida y una inabarcable sensación de soledad y vacío - mencionaba casi desafiante Plutón.
- Si... cuando desperté pude ver este mismo paisaje desértico... me angustió tanto sentirme tan pequeña y fugaz... ¿pero sabes que? Cuando cierro mis ojos siento que bajo este duro y frío suelo... hay una gran riqueza por descubrir... como en lo profundo del mar, donde vivo junto a mi familia - compartía tranquilamente Ondina.

El viejo rey guardó silencio y permitió que aquello inundara a su visitante hasta que ella misma pudiera romper la capa de hielo bajo sus pies. Prosiguió con su actividad, escribiendo nuevas fórmulas en aquellas antiguas páginas, sin despegarse un momento de su lugar. El fuego aún se mantenía encendido y la sustancia transmutaba hacia algo con mayor solidez.
Ondina se había sumergido en sus pensamientos para poder captar con mayor comprensión lo recién expuesto por su interlocutor. Intentó darse cuenta de qué cosas le gustaría descubrir bajo sus pies. ¿Qué se escondería bajo aquella oscuridad... bajo su sombra? Seguramente habrían cosas desagradables porque se empezó a inquietar. Por momentos sentía gran temor, hasta de perder la cordura, por otros sentía un gran rechazo hacia sí misma aunque no sabía bien por qué. Se había arrodillado para poder mirar hacia más abajo aunque todavía veía todo oscuro. De a ratos levantaba la mirada y veía que Plutón la acompañaba desde el silencio. Hizo un gesto prudente para infundirle confianza, puesto que se encontraba amparada bajo su protección, aunque sintió que en lo más interno de su fuero, se encontraba sola consigo misma.
Advirtió que, cuanto más se cuestionaba sobre sí misma, sobre lo conocido y lo no conocido, sobre lo aparentemente real y lo fantaseado, las expectativas que habían quedado frustradas, los deseos que no había podido cumplir y los aspectos que no le gustaban de sí misma, el fuego aumentaba su intensidad, con intensas chispas, y la sustancia, aún negra, se estaba suavizando en su tonalidad y queriendo pasar a otro color.
Ondina volvió a centrarse en sí misma, cerró los ojos para poder “mirarse mejor” y de a poco algunas luces, en medio de la oscuridad, comenzaron a tomar forma. Ante todo surgió la idea de que no había límites. Su oscuridad era la misma que se encontraba bajo el hielo. No había separación, era todo lo mismo, la noción de separación sólo surgía cuando abría sus ojos. Si no había separación y era todo uno... entonces podría entrar y salir cuando ella lo decidiese de aquel mundo subterráneo. Algo comenzó a transformarse en su interior cuando tomó conciencia de su libertad.
En este momento Plutón advirtió este cambio en Ondina y, adoptando una postura solemne, comenzó a pronunciar unas palabras en voz alta, de manera pacífica, firme y sagrada: “Visita - Interiorem - Terrae - Rectificando - Invenies - Operae - Lapidem”.
Estos sonidos consagrados vibraban en cada una de las estrellas y seres celestes del universo circundante. Con cada sílaba emitida cambiaban su órbita, frecuencia e intensidad de luz, formando nuevos símbolos y creaciones en el plano cósmico. Los sonidos primordiales se conectaban con la esencia misma del universo. La comunicación era íntima e iluminada y Ondina formaba parte de ello.
El magnánimo Plutón prosiguió su dialéctica universal: “Desciende a las entrañas de la tierra y destilando, encontrarás la piedra de la Obra alquímica”.
Ondina permanecía con sus ojos cerrados pero ahora se encontraba recostada en el suelo en posición fetal. Sus brazos cruzados entre sí intentaban controlar un inminente llanto. Sus piernas, juntas entre sí, se apretaban cada vez más hacia su cuerpo. En su interior sentía que algo se había desgarrado y había cambiado para siempre. Como si una parte de sí misma hubiera sido arrebatada o liberada por un intenso movimiento interior. Esto provocaba una sensación de vacío y pérdida. Se sentía confundida puesto que la tristeza la invadía por este desconocimiento de sí misma y la pérdida de un fragmento de su ser, pero a su vez tenía una inmensa alegría por la libertad que le suponía terminar con viejas ataduras. Nacía en su interior un nuevo ser. Ya no se sentía una niña pequeña e indefensa, de piernas tembleques y mirada dubitativa. Ahora crecía en su interior una joven llena de luz y riqueza, de humildad y bienestar.
Plutón seguía acompañando el proceso de Ondina con ánimos y sabias palabras, mientras en su mano derecha, sostenía firmemente, un rosario de tan solo 17 cuentas, 15 negras y 2 blancas: “Sigue descendiendo a las entrañas de la tierra, ella te ofrece su útero para que puedas ir hasta lo más profundo de tí misma, permítete recibir amorosamente la calidez de su vientre para descender hacia las profundidades de tu ser. Libérate de las ataduras, destruye y disuelve todo aquello que ya no te es útil, aquello que ya cumplió su ciclo en tu vida, no cargues con lo que ya no sirve, no te aferres a antiguos sentimientos y recuerdos del pasado. Destila y purifica lo antiguo”.
Estas palabras conmovían hasta lo más insondable de su ser y Ondina se movía en espasmos en el suelo, mientras el fuego incrementaba su intensidad.
- ¡Ya te has encontrado a tí misma! No te quedes allí, no te conformes con esto! Tu has conquistado el Valor, el Coraje. Permite que el cuervo se libere de las cadenas y vuelve sobre lo alto de tu nuevo cielo, ese cielo que tu misma estas creando. Permite que este cuervo tome con su pico y sus garras las viejas estructuras, los viejos paradigmas y los lleve hasta el centro de la tierra, donde puedan transformarse en nuevas formas de ver y sentir la vida - exclamaba en voz alta y con sus brazos alzados a cierta distancia del hada.
De inmediato Ondina abre sus brazos y pierna y se coloca de manera extendida sobre el suelo, boca arriba. De esta manera formaba la imagen de una estrella y se conectaba con el poder del universo y la inmensidad de la oscuridad. Un negro cuervo se materializa desde el interior de este frio suelo y levanta vuelo perdiéndose en la vastedad del cielo estrellado.
En ese momento un intenso ruido se produjo en el interior del atanor y la sustancia negra ahora era blanca. Era de un blanco puro, luminoso, como recién nacido. El fuego permanecía encendido y con mayor fuerza, como si los sonidos emitidos por Plutón y los movimientos de Ondina fuesen su combustible.
- ¡Sigue así Ondina, acabas de elegir tu nacimiento consciente! Has transitado una muerte y estas renaciendo a esta nueva forma de vida. Has sido iniciada en los misterios femeninos. Una nueva vida se abre ante ti, una vida intuitiva, receptiva, cálida, nutricia, fértil, independiente, equilibrada y astuta. Una vida renovada, de conquista y riqueza, de sabiduría sobre la tierra. Deja que tu alma se abra de par en par y fluyan todos sus sentimientos. No tengas miedo, el mundo te está recibiendo en sus cálidos brazos. El sol y la luna te esperan con su suave manto para acobijar tu renacimiento. Permite que aflore tu alegría y gozo por esta nueva vida - proclamaba exaltado Plutón mientras Ondina comienza a gemir y gritar, como un bebé recién nacido, mientras de sus ojos comienzan a brotar inmensas lágrimas cristalinas.
Estas derriten el hielo bajo su cuerpo y, junto al chisporrotear del fuego, Ondina pasa a la última fase de su transformación, cuando en el interior del atanor, la sustancia blanca ahora ha transmutado en un intenso rojo, consiguiendo así la unión con el todo, sintiéndose una con la totalidad del cosmos.
- ¡Ondina, estas en la útlima etapa de tu obra! Has conseguido transmutar el plomo en oro. Allí en el atanor se encuentra tu Gran Obra y tu misma eres la prueba viviente de ello. Has logrado integrar tu niña eterna con tu vieja sabia, uniendo tu alma, espíritu y cuerpo. ¡Has logrado lo más preciado, has logrado la Totalidad! Se han disuelto las barreras y ya no te invade la sombra, has logrado integrar los opuestos, estos ahora se juntan y complementan y te conectas directamente con el Alma del Mundo - revelaba emocionado y tranquilo por cumplir con su participación en la obra, habiendo oficiado de guía en este mundo.
Plutón vuelve a retomar su lugar, sobre el atanor, ahora con el fuego apagado y la roja obra cristalizada en su interior. Guarda el rosario en su lugar y se dispone a continuar sus registros en su cuaderno.
- Plutón... yo no sabía que había venido hasta aquí para esto... pero era la hora indicada para ello. Creo que a veces podemos ingresar a tu mundo de manera consciente y buscada... pero en otras oportunidades es un desvío, una confusión, un adormecimiento y, de alguna manera, estábamos buscando llegar a tu encuentro. Debo agradecer tu presencia y guía en este proceso porque aunque al principio puedes inspirar miedo, en realidad generas respeto y mucho amor por la visita a tu territorio - expresaba de manera cálida y sensible Ondina, quien se sentía un poco más en casa en ese lugar.
- Bien Ondina, esta no es la última vez que vengas por aquí ¿sabes? Varias veces en nuestra vida pasamos por mi planeta y siempre estoy aquí para acompañar a aquellos que quieran transformar su vida e ir logrando la Gran Obra, la Totalidad - y diciendo esto, abraza a Ondina y le entrega el símbolo dorado que le recordará su pasaje por este submundo, donde una vez entró una Ondina ingenua y frágil, y salió un hada luminosa, intuitiva y sabia, dispuesta a compartir sus conocimientos con el mundo.


24 de marzo de 2011

LOBA ROJA





Cassandra era conocida como “La mujer sin tiempo”, “El antiguo llamado del bosque” o “El oráculo luminoso”, y habitaba en una antigua choza al pie de la montaña junto al Lago de la Vida.

Todos los habitantes de la aldea sabían de su existencia pero solo algunos se habían animado a consultarla. Quienes sí solían tener coraje para ello eran algunas mujeres desorientadas, perdidas y confusas que, generalmente, despertaban en medio de la noche aullando desesperadas, jalando desenfrenadamente de sus cabellos, arañando las paredes, abriendo hoyos en el suelo, sin conocer el motivo de tal alterado estado de conciencia.
Muchos padres y esposos se espantaban cuando una mujer de su familia se encontraba presa de este trance. Corrían en busca de prístina agua del lago y se la esparcían violentamente por el rostro a la víctima. Otros cortaban ramas y raíces de los Árboles Ancianos, los mezclaban con sangre de águila en agonía y barro humedecido por la reciente lluvia. Mientras algunos sujetaban fuertemente, por sus brazos y piernas, a la mujer alterada, otro se ocupaba de pintar enteramente su cuerpo con esta exótica fórmula. Ya fuera por cansancio o porque la luna llena había cumplido su ciclo, la mujer en cuestión, de un momento para otro, caía rendida en un profundo sueño que duraba 3 días.
Este ritual se repetía una vez al mes sin que coincidiera con las restantes mujeres. Algunas se manifestaban en simultáneo al inicio y otras al final, algunas durante épocas de intensa lluvia y viento, otras en luna llena o nueva. Esto generaba gran desconcierto en su entorno ya que no podían predecir cuando se produciría el próximo episodio, lo que ocasionaba gran malestar y preocupación a la aldea en general, puesto que el antídoto muchas veces era abortado en su elaboración porque el lago estaba congelado en el frío invierno, las águilas se ausentaban por largos períodos al estar recluídos cambiando su pelaje, o no conseguían barro húmedo porque las nubes recorrían otros cielos, dejando a la población anhelando su profuso llanto.
Estas mujeres, muy jóvenes ellas, ocultaban un gran secreto, pues pensaban que si lo revelaban, podrían ser atacadas o, incluso peor, ser condenadas a muerte por cargar una maldición. Este aparente demonio que las poseía irrumpía sin previo aviso y, por regla general, durante la noche. Era de color rojo intenso, oscuro, viscoso y con fuerte aroma a cambio. Su paso por el interior de éstas era desgarradoramente doloroso, arrastrando en su recorrido las semillas de la vida hacia su inminente muerte. Algunas mujeres dejaban de ser visitadas por esta extraña presencia y en sus entrañas sentían florecer un jardín lleno de luz y posibilidades. Varios ciclos lunares eran testigos de este nuevo ser, completamente pacífico, que veía crecer un abultado vientre.
Pero Indira no había logrado acceder a este estado de paz. Oportunamente, cada mes, anticipaba el episodio frenético del cual sería víctima por un intenso período de tiempo. Vivía con sus padres y 6 hermanos varones, siendo ella la menor, y por ende, la menos comprendida de su núcleo familiar.
Esta vez, para estos días “especiales”, habían optado por recluirla en una pequeña choza a varios metros de su hogar. Se encontraba en el centro del bosque, rodeada de altos árboles de anchos troncos y espeso follaje, donde los búhos y lechuzas se sentían a gusto para la búsqueda de alimento en la vida nocturna.
Por las noches, entre el sonido del viento al mover los viejos árboles y el acecho de los animales salvajes, Indira, allí sola, se veía a sí misma como el ser más repudiado de su tierra y alrededores. Era confinada allí por un lapso de 4 días, donde se le prohibía contacto con otro ser humano, sin generar inconvenientes la proximidad a los animales del entorno.
Durante la luz del primer día Indira se sentía tranquila, pudiendo disfrutar del verde y azul paisaje de la naturaleza. Se regocijaba en el silencio y la soledad en esos días, donde sentía que podía ser genuinamente ella, libre y salvaje. Adoraba andar descalza, semi desnuda al colgar de su cuerpo unos pocos harapos blancos, se bañaba desnuda en el lago, deleitándose con la frescura de su húmeda cabellera que secaba al viento, se alimentaba de peces que ella misma apresaba con una red fabricada por su padre y, en la calma de la tarde, se acostaba sobre el suave césped y se maravillaba contemplando los misterios de la vida a su alrededor.
Desde pequeña tenía afinidad con los animales del bosque, siendo elegida por ellos para jugar y enseñarles sus crías, pero especialmente en estos días es cuando más la visitaban, acompañandola, y ella leía en sus ojos que estos entendían su soledad.
Durante el ocaso del primer día se sentía nostálgica, melancólica y se desconocía a sí misma, como si este estado anímico le fuese ajeno o le hablase de épocas remotas de las que no poseía memoria. Admirando la retirada del sol se escapaban algunas lágrimas al sentirse tan vulnerable y frágil. Reconocía estar entrando en el período negro de la primer noche. Esa oscuridad que no solo provenía de la ausencia del padre sol sino que sentía era su propia sombra, todo aquello que ella desconocía de sí misma. Lo que más terror le provocaba era sentise expuesta a su propio bosque interno, siniestro y en tinieblas, llegando a escuchar aullidos y lamentos, que en estos días era imposible dejar atrás. La negrura del exterior reflejaba su estado interno y temía la visita escarlata.
Esta primer noche acostumbraba prender un fuego con varios leños para mantener el calor de su espíritu. Se daba fuerzas a sí misma al meditar observando sin pestañear las chispas de la llameante fogata. En ocasiones anteriores había sentido, durante días, la compañía de las brasas, aún calientes, en su interior. Aprovechaba la lumbre para cocinar un caldo provisto de verduras, especias frescas recogidas en las primeras horas de la mañana, acompañado por pan traído de su hogar. A conciencia prefería apartar la carne de esta preparación puesto que tenía el convencimiento de que, en caso contrario, estaría tentando al demonio.
Cerraba cuidadosamente las rústicas cortinas para ser inmune a la luz de la luna, trancaba con un largo tronco la puerta deteriorada, para que lobos ni osos ingresaran a su choza, guardaba todos los objetos que pudieran ser dañinos al reconocerse que, en el estado a sumergirse en breves instantes, podía llegar a herirse en pleno descontrol.
Luego de cenar se acurrucaba en un manto de piel frente al fuego y esperaba tener un profundo sueño que le permitiese evadir esa dolorosa transición. Pero algunas horas mas tarde se veía despierta por un arrebato de dolor insoportable, sintiendo un fuego que la quemaba por dentro, tanto que sus piernas no podían tocarse entre sí y corría desesperada en busca de agua fresca. Se arrastraba en cuatro patas, cual loba desquiciada, y bebía de igual manera, directamente del hoyo repleto del líquido que ella misma había provisto momentos antes. Sentía que se le agrietaba la piel, endureciéndose como el cuero, su cabello fino y sedoso mutaba a un oscuro pelaje grueso y sus uñas daban paso a filosas garras.
En ese momento arrancaba con sus colmillos las cortinas y dando hocicazos a la ventana, rompía el vidrio y por allí, en un salto, se escurría para perderse en oscuro bosque. De vez en cuando paraba para aullar a la luna, pidiendo su luz y bendición en un lastimoso llanto, para esta transmutación. Cuando se sentía cortejada por ésta seguía su recorrido entre los árboles. Era un momento de iniciación en soledad, no habían mas lobos ni lobas con ella. Se restregaba contra el tronco de los árboles, marcando su territorio, sintiendo en el dolor la intensidad de la experiencia. Se sentía poderosamente viva, como por vez primera. Se había transformado en una hermosa loba roja y se admiraba al contemplarse en el reflejo del lago. Con la luna detrás de ella podía ver cómo salían destellos de su pelaje y ojos. Los ojos negros más hermosos que había visto. Era una mirada sabia, conocedora, antigua y locamente salvaje. No conocía ataduras ni convencionalismos. Dentro de ellos reconocía lo más profundo de su ser, eso que siempre es pero no es, eso que está pero no todos ven, aquello que siempre ha sido y siempre será: esencia – naturaleza – mujer – loba.
Luego de haberse asimilado largamente en su estado más puro, con la respiración agitada y entrecortada, pero feliz y libre, vuelve lentamente hacia la choza. Sus patas traen el recuerdo de tierras vivas e inteligentes, sus orejas caen suavemente sobre los lados de su rostro, la cola reposa entre las patas, acompañando el paso cansino de esta nueva Indira.
Al llegar a la choza ve su joven mano empujando la puerta y ve como su pie derecho es el primero en marcar el ingreso en esta renovada, transformada y recreada vida.
Se viste con pieles de cisne blanco, sintiéndose confortada por la suavidad y calidez del plumaje. Se recuesta en el mismo lugar frente al fuego y se sume en un profundo sueño de 3 días y 3 noches.
Despierta al amanecer del cuarto día sintiéndose el ser más sabio y bello de toda la existencia. Arranca varias plumas de su atuendo y crea ornamentos con ellas, las que cuelga esmeradamente en su cabellera. Construye un collar con alas de mariposas y lo luce en su cuello. Cambia sus vestiduras por un manto blanco, sujetándolo en la cintura con un fino cuero de oso y retoma el mismo sendero para volver a su hogar. Aún no sabe muy bien lo que ha sucedido pero siente que ya no es la misma o, mejor dicho, siente que ahora sí es ella misma.
Conmovida y estupefacta por la experiencia anterior equivoca el rumbo y toma un camino desconocido. Cuando el sol le indica que se encuentra lejos de su hogar identifica cuenta que está al pie de la montaña. Este lugar está prohibido para mujeres jóvenes.

  • Shhh... Solo si vienes portando un diálogo lleno de preguntas puedo comunicarme contigo – sentenció Cassandra, la bella y sabia hechicera.
  • Pero... yo no... - alcanzó a musitar Indira.
  • Eso no parece ser una pregunta. ¿Has entendido lo que fluye por mis labios? - decía entre cortés y severa.
  • ¿Es posible que pueda estar hablando contigo? ¿Tengo permitido este encuentro? - indagaba inocentemente la nueva mujer.
  • Te ha tomado 4 días poder llegar hasta aquí. La antigua Indira no lo habría conseguido. Muchas mujeres de tu pueblo no lo han hecho y no lo podrán hacer. Varias han renegado de la loba roja y otras la han desterrado antes de tiempo. Tu has sido tenaz, respetuosa y valiente. Te has permitido cambiar tu piel para que aflore tu verdadera esencia, tu naturaleza salvaje – comunicaba certeramente la poderosa fémina.
  • ¿Siempre inspira tanto temor el pensar o creer que puede haber una loba roja dentro nuestro? ¿Cómo podemos reconocer su presencia? ¿Esta puede morir si no nos permitimos conocerla? - se cuestionaba intensamente la joven.
  • ¿Acaso lo que más tememos no es vernos a nosotros mismos? ¿No sientes temor al entrar en el oscuro bosque por las noches? ¿No sientes un intenso miedo que crispa tu piel cuando te encuentras en el más sonoro silencio? ¿NO ES ACASO LO QUE MÁS ANSIAMOS AQUELLO QUE MÁS TEMEMOS? - increpaba delicadamente la dama del bosque.
  • ¿Mi enorme miedo a la felicidad es por el riesgo que implica entregarme a ella? ¿Mi gran temor al amor es por el miedo a perderlo o sentirme expuesta ante esto? ¿Todos tememos adentrarnos en la sombra de nuestro bosque interno porque, de alguna manera, sabemos que a pesar de todo el dolor y fealdad, vamos a encontrar la luz más maravillosa que pueda existir? - confiaba aún más la incipiente salvaje.
  • Indira: todos, hombres y mujeres, sin excepción, llevamos dentro nuestro, un gran bosque, lleno de sombras, laberintos y seres tenebrosos. Pero así como portamos esto, también llevamos una naturaleza viva, llena de luz. Llevamos osos, lobos y águilas que nos permiten recorrer este bosque por cada rincón y cueva oculta. Tu te has permitido ser guiada por tu propia loba interior, esa loba roja alquímica, que supo llevarte hasta lo más profundo de tu oscuridad interna y, una vez que tocaste fondo, te hizo resurgir como las brasas de tu fuego interior. Antes, eras una loba negra, desconocida, temerosa, que se defendía por miedo a ser dañada; luego fuiste una loba roja, intrépida, aguerrida, agresiva, que protegía con garras y colmillos su más preciado tesoro, tu luz interior, tu naturaleza salvaje; y ahora eres una loba blanca, una loba sabia, pacífica, conocedora, perenne, segura y dueña de sí misma, capaz de irradiar todo su esplendor y conocimiento con su simple mirar y caminar. Tu has contestado todas tus preguntas.
  • ¿Ahora que soy una loba blanca... deberé vivir en la soledad del bosque? ¿Seré rechazada por los demás al no ser como ellos? - preguntaba visiblemente consternada Indira.
  • ¿Ser como ellos? ¿Acaso todos somos iguales? Todos somos lobos de distintas manadas, algunos con mas afinidad que otros, unos mas intrépidos que otros, pero todos, sin excepción, llevamos este ser dentro nuestro. Tu has transmutado y tu alma se refleja en tu piel, en tus ojos, en tus palabras y silencios. Tu puedes estar en tu mayor estado salvaje en el medio más rígido que te puedas imaginar. Muchos no te reconocerán con tus actuales características, otros se apartaran por temor a lo desconocido, otros te culparán por tu discurso a veces incomprensible, pero todos, en su interior, desearán tener el mismo coraje que tu para sentir la libertad, creatividad, paz y amor que irradias.
  • Tu que eres el oráculo luminoso... ¿puedes decirme cómo animar a otros lobos dormidos a despertar? - aventuró a preguntar sin saber si obtendría respuesta.
  • Una loba blanca debe ser honesta, franca, humilde en su proceder. Deberá ser medida en sus palabras, generosa en su aliento y conocimientos, motivadora del crecimiento personal, la brújula que guía a los que se han perdido, la voz que despierta a los adormecidos, la mano que corta la anestesia del alma. Un ser blanco debe contagiar su ánimo, su estilo de vida, su autenticidad, sus mágicas palabras, incentivar la creatividad y la expresividad de su esencia. Deberás ser más indulgente con los que más alejados de su sombra se encuentren. Paso a paso los acompañarás para que el temor no los invada y paralice a mitad de camino. Siempre inspirarás confianza en que al final de éste siempre está la luz de nuestra alma y así, no temer la felicidad y paz tan anheladas – indicó mientras colocaba en el mano de la joven un objeto hecho de redecillas, formando un atrapasueños de plumas de águila y cartílagos de ave.
  • ¿Este amuleto me guiará en mi camino? - se maravillaba Indira ante tan especial regalo.
  • Todo guía aquí en la tierra necesita de un guía superior, no lo olvides. Tu ser supremo está en ti y este atrapasueños es solamente un puente para acceder a él. Ve a recorrer este camino con el entusiasmo de aumentar tu manada – alentó “la mujer sin tiempo”, despidiendose de ella con un tierno abrazo.
  • Ahora entiendo por qué tantos te temen... uno teme aquello que más anhela... y tu inspiras la sabiduría de todos los tiempos.

Cassandra se fue a recorrer el lago, a la espera de una próxima loba perdida e Indira retomó su camino corriendo salvájemente, guiada por el ímpetu de encontrarse con otros lobos y compartir sus conocimientos con ellos, para así disfrutar de una nueva comunidad: creativa, sabia, amorosa y pacífica.