No se por qué pero ambos, mi señora y yo, nos estamos dirigiendo
hacia el baño con la intención de hacer algo.
Vamos en silencio, pensativos, cada uno sumido en sus propios
pensamientos, oyendo el sonido apenas audible de nuestros pasos, ya que vamos
descalzos.
Ella comienza a decir algo, pero no le entiendo, por lo que giro
sobre mis talones y veo su rostro sorprendido:
- Amor, no me había dado cuenta, no sé cómo… estoy
embarazada - se expresa con un tono de voz bajo y monocorde.
Se encuentra en estado de shock, su rostro apenas evidencia alguna
gesticulación, pero sí es claro que está segura de lo que dice. Se detiene al
pronunciar estas palabras. La observo mientras queda estaqueada en mitad del
pasillo. La luz que asoma detrás de ella me impide ver con claridad su panza.
Me intriga su panza ahora que menciona su embarazo.
- Mirá ¡se mueve! -
fascinada contempla su panza y se la ve absorta apreciando el movimiento del
bebé.
Desde la distancia en la que estoy veo claramente cómo su barriga se
estira, hacia la derecha, hacia la izquierda, no para de moverse. Nunca había
visto movimientos así en la barriga de una embarazada. Son movimientos
exagerados, bruscos. Creo que me da impresión la forma en que se mueve ese bebé
dentro de esa panza. Se que suena disparatado pero me da miedo que la piel no
resista tanta tensión y se desgarre. Sería una locura que se le rajara la
panza. No existe que a una mujer se le abra la panza porque un bebé se mueva.
- ¡Ah, no puede
ser! Se me va a abrir la panza - expresa extrañada, y presumo que asustada.
En ese momento me doy cuenta que tiene su panza descubierta. Tiene
una remera blanca gastada y una pollera raída que le llega a las rodillas. Un
aspecto desalineado y que no corresponde a su habitual forma de vestir. No
suele usar polleras y menos de ese estilo. Ahora que veo bien tiene un aire
indígena, porque el cabello le ha crecido de pronto, le llega casi a la
cintura. El viento que se cuela por la puerta mueve su cabello suelto y esto va
completando esta extraña escena.
Para sorpresa nuestra, y terror podría llegar a decir, su barriga se
comienza a abrir por un costado, el derecho de ella. Por esa abertura asoma la
criatura. Toda viscosa, grisácea y rojiza. Caen unas gotas de líquido espeso
que van mojando el piso. Mi señora está extrañada pero con gran naturalidad la
toma por sus pies, ya que esto es lo primero que aparece, y la va asiendo hacia
afuera como si todos los bebés nacieran de igual manera.
Una vez fuera la leva hacia sí y se puede ver el cordón umbilical
aún entero, colgando, uniendo al recién nacido con la placenta, la cual uno
vaya a saber donde está, porque no ha salido aún de su barriga.
- Amor… tengo que
encontrar un médico que me saque la placenta. Se me va a quedar la panza
abierta un rato, pero después va a ir cerrando, y no puede cicatrizar con la
placenta dentro. Me puedo morir de una infección. Voy a intentar hacer algo - y
sin pensarlo comienza a tirar del bebé hacia arriba, tanto que parece que fuera
a tocar el techo.
El bebé permanece en silencio. Hasta ahora no ha emitido un solo
sonido. Es extraño que un recién nacido no emita sonido alguno, generalmente a
la primer bocanada de aire suelen emitir, como mínimo, un quejido. Pero este
no. Aún no veo su carita ni su frente. Sólo veo su espalda. Ella lo mueve como
si fuera de goma y él, cede. Se lo ve tan frágil, tan blando, tan flexible.
- No, no puedo
sacar la placenta. Es que tiene el cordón umbilical unido. No me alcanza el
brazo. Tengo que buscar al médico. No entiendo nada. Cómo recién ahora me vengo
a dar cuenta que estoy embarazada. No fuí a ningún control médico. ¡Qué
horrible, qué descuidada, qué inconsciente! Mirá si este bebé tiene algún
problema - me mira asustada, se le nota el terror en los ojos, muy abiertos,
tanto que casi puedo ver mi misma cara aterrada en ellos.
Permanezco en silencio. No puedo articular palabra. Así como ella
recién se entera que estaba embarazada y ya tiene un hijo en sus brazos, yo aún
no puedo hacerme con los hechos que han sucedido en estos escasos minutos.
Siento que estos acontecimientos no me pertenecen. Como si estuviera en un
lugar inadecuado. La protagonista es ella y todo sucede a mi alrededor, yo soy
tan solo un espectador. Tampoco se qué hacer en un momento así. Nunca vi un
nacimiento con estas características: la mujer parada, tranquila, sin dolor, el
bebé se mueve abruptamente, tanto que queda enhiesto en la barriga, como la
piel no cede se rasga, se abre en un costado y por allí nace, de pie, traído al
mundo por las manos de su madre, y sin cortar el cordón umbilical ni extraer la
placenta. A pesar de ello también siento, contradictoriamente, una sensación de
naturalidad en esta escena.
Estoy con la boca abierta y paralizado, no me puedo mover porque
ahora mi atención está en descubrir la cara de ese o esa bebé. Mi señora lo
está girando, quizá para comprobar también que se encuentre con vida, dado que
su silencio quizá no sea natural sino mortal.
- Mirala… es
hermosa - me mira con una amplia sonrisa, aliviada quizá por comprobar que la
niña no tiene, en apariencia, ningún síndrome ni anomalía.
En efecto, es hermosa, pero muy hermosa. Una carita redondita,
perfecta, unos ojos negros profundos, se ríe en silencio. Mira fijamente los
ojos de su madre y mueve las manitos. Sabemos o intuimos que no es muda,
solamente está en silencio, se expresa con miradas, sonrisas y gestos.
- Se la voy a dejar
a la tía mientras voy a buscar al médico o me voy hasta el sanatorio. Tengo que
buscar a alguien que me saque la placenta. Se me está cerrando la panza y se me
va a producir una infección. Intenté sacarla pero me dolió al hacer un esfuerzo
por despegarla. Está como adherida a mi cuerpo - acto seguido sale del pasillo
y la veo marcharse por la calle, con su pollera raída y la remera blanca
gastada, con su cabello al viento y la herida abierta en su panza.
Ahora que estoy solo, nuevamente en mitad del pasillo, prácticamente
oscuro, me pregunto si todo esto habrá sido un sueño o realidad. Si hago un
recuento de lo sucedido hasta ahora suena un tanto extraño, pero a la vez
parece de lo más normal que mi señora haya tenido familia de pie, por un
costado de su panza, y sin poder cortar el cordón umbilical. Ahora, lo que no
me cierra de todo esto es cómo se fue a pedir ayuda para extraer la placenta si
dejó a la bebé con su tía… y aún no había cortado el cordón. Si es un sueño
definitivamente debo intervenir para ser yo quien corte ese cordón
umbilical de mi señora con nuestra hija,
por el bien de nuestra familia.
Y si no lo es…
- ¡Amor! ¡Morocha!
Esperame que encontré unas tijeras en el baño. Ya entendí, ¡soy yo quien tiene
que ayudarte a cortar el cordón! - grité mientras corría desesperadamente
detrás de esa india, cuyo salvajismo estaba requiriendo de mi civilizada ayuda.
Si la primera función de la literatura es sorprender y, de ser posible, darle un puntapié a lo que conocemos como realidad - y su amante la bendita lógica- el relato lo consigue. Bien contado, tiene encanto.
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