5 de marzo de 2014

Umbrales


El pasillo era estrecho y largo, de color amarillo oscuro, teñido por las últimas horas del sol, que apenas entraban por la puerta vaivén que conduce al patio trasero de la casa.
No se por qué pero ambos, mi señora y yo, nos estamos dirigiendo hacia el baño con la intención de hacer algo.
Vamos en silencio, pensativos, cada uno sumido en sus propios pensamientos, oyendo el sonido apenas audible de nuestros pasos, ya que vamos descalzos.
Ella comienza a decir algo, pero no le entiendo, por lo que giro sobre mis talones y veo su rostro sorprendido:
- Amor, no me había dado cuenta, no sé cómo… estoy embarazada - se expresa con un tono de voz bajo y monocorde.
Se encuentra en estado de shock, su rostro apenas evidencia alguna gesticulación, pero sí es claro que está segura de lo que dice. Se detiene al pronunciar estas palabras. La observo mientras queda estaqueada en mitad del pasillo. La luz que asoma detrás de ella me impide ver con claridad su panza. Me intriga su panza ahora que menciona su embarazo.
            - Mirá ¡se mueve! - fascinada contempla su panza y se la ve absorta apreciando el movimiento del bebé.
Desde la distancia en la que estoy veo claramente cómo su barriga se estira, hacia la derecha, hacia la izquierda, no para de moverse. Nunca había visto movimientos así en la barriga de una embarazada. Son movimientos exagerados, bruscos. Creo que me da impresión la forma en que se mueve ese bebé dentro de esa panza. Se que suena disparatado pero me da miedo que la piel no resista tanta tensión y se desgarre. Sería una locura que se le rajara la panza. No existe que a una mujer se le abra la panza porque un bebé se mueva.
            - ¡Ah, no puede ser! Se me va a abrir la panza - expresa extrañada, y presumo que asustada.
En ese momento me doy cuenta que tiene su panza descubierta. Tiene una remera blanca gastada y una pollera raída que le llega a las rodillas. Un aspecto desalineado y que no corresponde a su habitual forma de vestir. No suele usar polleras y menos de ese estilo. Ahora que veo bien tiene un aire indígena, porque el cabello le ha crecido de pronto, le llega casi a la cintura. El viento que se cuela por la puerta mueve su cabello suelto y esto va completando esta extraña escena.
Para sorpresa nuestra, y terror podría llegar a decir, su barriga se comienza a abrir por un costado, el derecho de ella. Por esa abertura asoma la criatura. Toda viscosa, grisácea y rojiza. Caen unas gotas de líquido espeso que van mojando el piso. Mi señora está extrañada pero con gran naturalidad la toma por sus pies, ya que esto es lo primero que aparece, y la va asiendo hacia afuera como si todos los bebés nacieran de igual manera.
Una vez fuera la leva hacia sí y se puede ver el cordón umbilical aún entero, colgando, uniendo al recién nacido con la placenta, la cual uno vaya a saber donde está, porque no ha salido aún de su barriga.
            - Amor… tengo que encontrar un médico que me saque la placenta. Se me va a quedar la panza abierta un rato, pero después va a ir cerrando, y no puede cicatrizar con la placenta dentro. Me puedo morir de una infección. Voy a intentar hacer algo - y sin pensarlo comienza a tirar del bebé hacia arriba, tanto que parece que fuera a tocar el techo.
El bebé permanece en silencio. Hasta ahora no ha emitido un solo sonido. Es extraño que un recién nacido no emita sonido alguno, generalmente a la primer bocanada de aire suelen emitir, como mínimo, un quejido. Pero este no. Aún no veo su carita ni su frente. Sólo veo su espalda. Ella lo mueve como si fuera de goma y él, cede. Se lo ve tan frágil, tan blando, tan flexible.
            - No, no puedo sacar la placenta. Es que tiene el cordón umbilical unido. No me alcanza el brazo. Tengo que buscar al médico. No entiendo nada. Cómo recién ahora me vengo a dar cuenta que estoy embarazada. No fuí a ningún control médico. ¡Qué horrible, qué descuidada, qué inconsciente! Mirá si este bebé tiene algún problema - me mira asustada, se le nota el terror en los ojos, muy abiertos, tanto que casi puedo ver mi misma cara aterrada en ellos.
Permanezco en silencio. No puedo articular palabra. Así como ella recién se entera que estaba embarazada y ya tiene un hijo en sus brazos, yo aún no puedo hacerme con los hechos que han sucedido en estos escasos minutos. Siento que estos acontecimientos no me pertenecen. Como si estuviera en un lugar inadecuado. La protagonista es ella y todo sucede a mi alrededor, yo soy tan solo un espectador. Tampoco se qué hacer en un momento así. Nunca vi un nacimiento con estas características: la mujer parada, tranquila, sin dolor, el bebé se mueve abruptamente, tanto que queda enhiesto en la barriga, como la piel no cede se rasga, se abre en un costado y por allí nace, de pie, traído al mundo por las manos de su madre, y sin cortar el cordón umbilical ni extraer la placenta. A pesar de ello también siento, contradictoriamente, una sensación de naturalidad en esta escena.
Estoy con la boca abierta y paralizado, no me puedo mover porque ahora mi atención está en descubrir la cara de ese o esa bebé. Mi señora lo está girando, quizá para comprobar también que se encuentre con vida, dado que su silencio quizá no sea natural sino mortal.
            - Mirala… es hermosa - me mira con una amplia sonrisa, aliviada quizá por comprobar que la niña no tiene, en apariencia, ningún síndrome ni anomalía.
En efecto, es hermosa, pero muy hermosa. Una carita redondita, perfecta, unos ojos negros profundos, se ríe en silencio. Mira fijamente los ojos de su madre y mueve las manitos. Sabemos o intuimos que no es muda, solamente está en silencio, se expresa con miradas, sonrisas y gestos.
            - Se la voy a dejar a la tía mientras voy a buscar al médico o me voy hasta el sanatorio. Tengo que buscar a alguien que me saque la placenta. Se me está cerrando la panza y se me va a producir una infección. Intenté sacarla pero me dolió al hacer un esfuerzo por despegarla. Está como adherida a mi cuerpo - acto seguido sale del pasillo y la veo marcharse por la calle, con su pollera raída y la remera blanca gastada, con su cabello al viento y la herida abierta en su panza.
Ahora que estoy solo, nuevamente en mitad del pasillo, prácticamente oscuro, me pregunto si todo esto habrá sido un sueño o realidad. Si hago un recuento de lo sucedido hasta ahora suena un tanto extraño, pero a la vez parece de lo más normal que mi señora haya tenido familia de pie, por un costado de su panza, y sin poder cortar el cordón umbilical. Ahora, lo que no me cierra de todo esto es cómo se fue a pedir ayuda para extraer la placenta si dejó a la bebé con su tía… y aún no había cortado el cordón. Si es un sueño definitivamente debo intervenir para ser yo quien corte ese cordón umbilical  de mi señora con nuestra hija, por el bien de nuestra familia.
Y si no lo es…

            - ¡Amor! ¡Morocha! Esperame que encontré unas tijeras en el baño. Ya entendí, ¡soy yo quien tiene que ayudarte a cortar el cordón! - grité mientras corría desesperadamente detrás de esa india, cuyo salvajismo estaba requiriendo de mi civilizada ayuda.

1 comentario:

  1. Si la primera función de la literatura es sorprender y, de ser posible, darle un puntapié a lo que conocemos como realidad - y su amante la bendita lógica- el relato lo consigue. Bien contado, tiene encanto.

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