6 de marzo de 2014

ENFRENTADAS



¡Al fin! Había llegado el momento que tanto había deseado. Horas y horas, días y días, meses y meses, hasta completarse los largos años, había ansiado este momento. El gran momento. El único. No existiría otra oportunidad.
LA PELEA.
Bien, no sería La Pelea en el sentido estricto de la expresión, es decir, no se basaría en una descarga física, en golpes, puñetazos, trompadas ni patadas. En cambio, sería en el terreno que mejor le venía a ella, el territorio de  su poder, de confianza, el de las palabras.
Con estas armas, y bien digo armas porque no son solamente herramientas, estaba decidida a destruir a su oponente, pensaba aniquilarla, de tal manera que la otra nunca más pudiese pronunciar palabra, solamente se dignara a seguir transitando por esta existencia como un ente, no más que eso, un cuerpo compuesto por órganos, que siguiendo su funcionamiento biológicamente programado continuara confiriéndole vida, pero más allá de eso, nada más, ni una pizca de esencia, de voluntad, de posibilidad de trascendencia.
Pero debía prepararse, debía estar tranquila, serenarse, porque se jugaba la vida en ello. Uno no gasta valioso tiempo de su vida en enojarse con alguien si no va a llegar ese día tan deseado en que podrá descargar toda su furia en el objeto de odio. Un nivel de ira de ese estilo no resultaría provechoso. Sería un odio sin sentido. Y ella estaba convencida de que el odio puede tener sentido, de alguna manera lo debe tener, si no habría malgastado gran parte de su vida en algo que no valdría la pena, el sufrimiento, las malas horas de tragos amargos, el nudo en la garganta, la tensión en el estómago, la presión en los hombros y las manos.
Por supuesto que estos pensamientos no eran compartidos con nadie, siquiera con su analista. No. Un grado de miseria humana tan profunda no puede ser revelado a nadie. A duras penas a uno mismo. Menos cuando todo ese cúmulo de sentimientos negativos y despreciables va dirigido hacia la propia sangre. Sí, porque la sangre que corre por sus venas es la misma que corre por las mías. Hermano o hermana, no importa. Padre o madre, no importa. Primo o prima, tampoco importa. Sí importa que es el mismo origen, la misma ascendencia, el mismo código genéticos salvo por pequeños detalles, importa que Es Familia. Y cuántas veces se había cuestionado el alcance de ese concepto. ¿Qué es ser familia? ¿Qué es ser hermana o prima? ¿Qué implica un vínculo de sangre? ¿El amor y la aceptación es un hecho solo por el parentesco? ¿Y si quiero más a un amigo que a mi propio hermano? Una vez había escuchado aquello de que los vínculos se construyen y esto, le trajo paz. Podía poner orden en toda esa confusión interna. Esta definición iba más acorde con lo que ella sentía y había conocido hasta el momento con sus idas y vueltas en los vínculos familiares.
Pocas veces había descargado su furia hacia ella con golpes, solo en contadas ocasiones, y esto la había hecho sentir muy bien. Pero ese placer le fue negado. No era correcto que dos niñas se golpearan. No era bien visto porque no corresponde a lo que la sociedad espera de dos mujeres, simplemente por una cuestión de género. Con envidia e impotencia veía como sus compañeros de clases o sus primos se trenzaban en una pelea que terminaba con uno llorando o derribado en el suelo sin poder hacer nada. Y fantaseaba con que ella podría hacer lo mismo algún día. Y fue así que, sin haberlo elegido, fue transitando el camino del pensamiento, de la fantasía, del recuerdo, de la palabra, emitida o reprimida. Si tenía alguna oportunidad en dañar a la otra lo hacía de manera sutil, que no dejara rastros, que fuera en una situación confusa, que si alguien preguntara qué había pasado ambas pudieran quedar sin argumentos. No le importaba ser castigada porque lo que sí conformaba su objetivo era generar el daño a su oponente. Si después venía una golpiza o una reprimenda le era indiferente. Ya había cumplido su objetivo, sabía que la semilla había sido plantada y nadie podría esterilizar esa tierra. Sobre todo porque conocía los puntos débiles de su contrincante. Sabía que la otra era arrogante, soberbia, necia y, gran debilidad, siempre creía tener la razón. Ante un ser así era imposible que pidiera ayuda si se sintiera mal. Lo único que haría ante una frustración o malestar sería proyectar su angustia o furia en otro. Y es así como la semilla fue rompiendo su cáscara, fue desplegando sus brotes, sus raíces y comenzó a asomar sus pequeñas hojas. Ahora que uno analiza la situación, era una cuestión casi mágica, bien diría ¡un milagro! Solamente debía dirigirle una mirada oscura, un movimiento preciso de cejas, una mueca apenas apreciable, un leve cambio en el tono de voz, para que la otra sintiera que otra gota más de lluvia ácida caía sobre su tierra fértil de odio.
Sí, era un odio mutuo. En este mundo nadie es tan bueno ni nadie es tan malo. No hay santos ni diablos. Todos tenemos un poquito de todo, es bueno poder reconocerlo. Si nos hacemos los ciegos caemos en la tontería de idealizar al ídolo de turno o de defenestrar a un pobre que nada tenía que ver con la situación. Y este era otro punto a su favor, el reconocerse a sí misma como un poco buena y un poco mala. A veces un poco más mala que buena pero es que hay circunstancias que lo requieren.
Pensar que todos estos recuerdos y reflexiones venían a su mente mientras era maquillada. Ella no solía maquillarse pero el evento lo ameritaba. Y uno podría preguntarse: ¿Maquillarse para una contienda? ¿Adherir al rostro colores para un enfrentamiento? ¿Una máscara de guerra, quizá? Pero esta pintura tenía otras connotaciones. Un refinamiento estético calculado para la ocasión. Se trataría de un camuflaje sutil, delicado, etéreo. Algo así como un pajarito que por primera vez va a explorar el mundo circundante y, sin saberlo, comienza a picotear y remover la tierra con sus patitas, sin saber que está sobre el nido de una serpiente. Una imagen muy tierna e ingenua. Definitivamente muy inocente.
Estaba el orador en el estrado y daba comienzo al debate público y nacional. El momento había llegado. La hora señalada para el enfrentamiento marcaba el inicio.
Una en su podio y la otra en el otro. Dos feroces candidatas a la presidencia de la nación se disputaban el mando del país, el control de sus soberanos, el destino de sus corderos.
Nadie debería de sospechar que entre ambas, el gran secreto, oculto por papeles de adopciones y cambio de identidad, era el de su hermandad. Solo ellas conocían hasta en la intimidad lo que se jugaban en ese momento. No solo su ideología política o ambición de poder. Este secreto contenía mucho más significado para ambas.

Pero triste momento para los electores, que cual rebaño sólo deben confiar en su pastor, ni podían imaginar que sus votos dependían del resultado de una simple riña entre hermanas.

5 de marzo de 2014

Perrito MioGuau


Les voy a presentar a un perrito muy extraño, para nada común. Se llama MioGuau. Sí, así como lo oyen, parece que fuera medio gato o medio perro, pero la verdad es que se trata de un perro armario.
Aunque les parezca rarísimo y super extraño, así es, es un perro armario, único en su especie, por supuesto.
Cuando nació su mamá vio que a los costaditos de la panza a su cachorrito, aún sin nombre, le aparecían como dos bultitos. Se dijo que no era nada, seguro era una mancha endurecida, algún granito en crecimiento.
Nunca se imaginó lo que en realidad era. Su papá también notó esas dos raras protuberancias pero no dio importancia.
Y así fue creciendo MioGuau, un perrito blanco, con manchas marrones, con dos manchitas más grandes y duras que las otras.
Hasta que un día se quiso levantar pero no pudo. Intentó e intentó pero por más fuerza que hizo, quedó agarrado al piso.
Llamó a su mamá con fuertes alaridos y allí apareció ella, junto a su papá. No entendían que le sucedía a su hijito.
Ambos comenzaron a tirar de sus orejas, de la cola, desde debajo de la pancita hasta que por fin lo lograron, MioGuau se pudo parar en sus cuatro patas.
Se miraron extrañados porque ahora su hijo no tenía dos manchas extrañas. Ahora lo que sobresalía de su pancita eran ¡dos cajones!
¡Que les digo que sí, que dos cajones! Vacíos. Por ahora no contenían nada. Pero a MioGuau le pesaba un poco y no había podido levantarse porque se habían abierto. No estaba acostumbrado a ellos por lo que no había podido mantener el equilibrio y erguirse. Cuando sus padres lo empujaron hacia arriba los cajones se abrieron.
Era algo bastante extraño, nunca visto hasta ahora, no había ningún primo en la familia con algo similar, tampoco ningún tío ni abuela que fueran mitad silla o mesa, aparte de perros.
Se dijeron que por algo la vida les habría enviado un hijo con estas características, que deberían aceptarlo y ayudar a su pequeño a entender que él era diferente y que debería ver los beneficios de tener dos cajoncitos en su panza.
Pues bien, MioGuau se fue acostumbrando a la idea, cada día se manejaba mejor con sus cajoncitos, ya no se caía al agachar su cabeza para tomar agua ni se caía de lado al levantar su pata para hacer pis. Esto hizo que gran parte de la familia ya no se riera ante sus “metidas de pata”.
Y sucedió que MioGuau empezó a utilizar los cajoncitos. Al principio guardaba algún huesito pequeño, alguna pelotita que encontraba olvidada en el patio de casa, a veces un poco de comida, por las dudas que no le agarrase desprevenido el hambre y sin recursos. Pero así como guardaba nuevos elementos en su interior se olvidaba que debía vaciarse para poder continuar su camino. Entonces comenzó a trastabillar, se tropezaba con las patas delanteras en una caminata simple, se iba para un costado si giraba su cabeza… en fin… a ojos de los demás se estaba convirtiendo en un perfecto perro desequilibrado, un loco como quien dice.
Entonces los papás llamaron un día a su hijo para conversar. Se vino la famosa y temida frase: “hijo, vení, tenemos que hablar”. ¡Chan!
MioGuau les decía que él no había sido, que él no tenía nada que ver, que habría sido otro, que le preguntara a alguno de sus primos. No sabía ni de que se estaba defendiendo pero sabía, por experiencia propia, que debía dar su mejor discurso antes de tiempo.
Sus padres percibieron el temor de su hijo y le tranquilizaron diciendo que no había hecho nada malo pero que estaban preocupados por él. ¿Qué le sucedía que andaba como perdido? Lo veían todo el día intentando mantener el equilibrio pero no lo conseguía. Andaba como desorientado, como quien pierde el rumbo, no podía caminar ni tres pasos seguidos, se iba para un costado o para el otro, o directamente se tropezaba o caía de cola. Le dijeron si necesitaba hablar de algo, si había algún tema que lo tuviera nervioso o preocupado, que para eso están sus papás, que podía confiar en ellos y comunicarles lo que le estuviese pasando. Que ellos iban a hacer todo lo posible para comprenderlo y para ayudarlo, pero que se abriera para así poder entenderse.
Y es así como, aludiendo a la palabra clave, “abrirse”, el perrito destrabó sus cajones y estos cayeron abruptamente hacia sus costados, desparramando todo su contenido en la alfombra del piso.
¡Cuánta cosa había llegado a acumular MioGuau en su interior! ¿Cómo hizo para soportar tanto peso sin deshacerse de nada? ¿Cómo había tolerado el mal olor que tenía dentro suyo si había trastos sucios, huesos putrefactos, ovillos de lana enredados, por nombrar solamente algunos objetos?
El perrito les dijo a sus padres que había olvidado haber acumulado tanta cosa en su interior, a veces había intentado pedir ayuda pero no quiso molestar, después no los quiso preocupar, que a veces los veía preocupados entonces no quería ser una carga para ellos, y sin darse cuenta fue acumulando cada vez más en su interior.
Sintió un enorme alivio cuando sus papás le dijeron que se abriera, que sea como sea lo iban a entender, que él no estaba solo, siempre contaría con ellos, que les tuviera confianza. También hicieron hincapié en que no conviene acumular demasiado dentro de sí porque las cosas se van venciendo, se descomponen y luego es más difícil deshacerse de ellas. A tiempo debe ir desprendiéndose de todo aquello que ya no sirve en la vida. Y que para esto siempre podría pedir ayuda a sus papás para caminar más liviano en la vida.
Es así como MioGuau entendió que sus cajoncitos eran buenos aliados para guardar cosas por un tiempo, para poder conocerlas y estudiarlas detenidamente, pero luego despedirse de ellas, porque si comenzaba a cargar demasiado esto lo podría distanciar de los demás y de sí mismo.

Y desde ese día sus padres le dieron una llave que permitía a su hijo abrir y cerrar sus cajoncitos según su voluntad, eligiendo cuándo y a quien abrirse y mostrar aquello que con mucho cuidado atesoraba en su interior.

Parque Canillita


La Feria de Tristán Narvaja es el mejor paseo para un domingo otoñal. Un clásico uruguayo. Libros de segunda mano, antigüedades varias, objetos obsoletos, eso sí, en medio de los puestos de frutas y verduras, pescados y embutidos artesanales, lo que le confiere un ambiente único en su estilo.
            Más que una feria es un parque urbano. Hacia una de las calles laterales se extienden sendas filas de banquitos de madera, una fuente de agua con estatuas de caballos, indígenas y algún que otro prócer autóctono. Uno puede recorrer tranquilamente los caminos laberínticos del paseo y darse una cabezadita en el parque, satisfecho por la compra realizada de tantos objetos sin aparente valor, más que el simbólico y afectivo, que suele ser para uno mismo.
            Se llama Parque Canillita porque según cuenta la leyenda, urbana también, allí se leyó el último ejemplar impreso de un diario, en el año 2015. Algunos versan que el día exacto fue un 31 de Diciembre, por ser el último día del año, aunque la mayoría defiende aquella referencia en la cual la edición estaba atrasada y pertenecía a un par de días anteriores. La cuestión es que ese último ejemplar, aún atrasado, fue el último que el ciudadano uruguayo leyó, puesto que ya se había decretado que a partir del 1 de Enero de 2016 ya no se imprimirían periódicos, solamente circularía la información en formato digital y online. Alegaban que por una política de protección ambiental, ayuda a las reservas de árboles, disminución de la contaminación, entre otras excusas. Pero lo cierto es que con esta resolución del gobierno, de una vez, y para siempre, se acabó terminantemente, con una querida y antiquísima tradición, no solamente uruguaya, sino de corte universal. El periódico ya no formaba parte de ciertos rituales de relajación como el que acompañaba el desayuno del domingo, en algún café del centro, ni aquel que se sentaba en la plaza o parque, junto al termo y mate, menos el que cargaba el señor en la silla para, una vez sentado en la playa, abrirlo y a sus anchas comentar las noticias allí más relevantes.
Ahora el mundo había cambiado, el Uruguay poco a poco se iba convirtiendo en un país digital, un país innovador, de última línea, y ya no se compartía en la familia un momento de comunicación a través de acontecimientos de su entorno, ahora cada uno ingresaba a los periódicos desde su móvil, computadora o reloj inteligente. Uno bien podría pensar que esto formaría parte de un escenario futurista, pero ¿acaso no todo mañana ya es futuro? ¿Cuándo empieza la Era futurista? ¿Quién establece el inicio de una Era sino por los hechos cotidianos que, de manera concreta y definitiva, marcan un antes y un después?
            Es así que en aquel parque urbano, llamado aún Canillita, donde en una época no tan remota, un ejemplar de periódico atrasado fue leído por última vez en su formato impreso, dio paso a toda una Era desconocida, una época en la cual ya no habría personas que se dedicaran a la venta de diarios por las calles a la voz de “Diaaario, diario”, o en los clásicos puestos de venta en cada esquina. Y es así como también, poco a poco, la gente dejó de comprar revistas, libros, cuadernos, lápices, puesto que no había motivo alguno para leer o escribir, salvo a través de monitores y teclados. Los seres humanos bienvenidos a la Tierra nacidos en esa Era son los que no tuvieron necesidad de aprender a leer o escribir, sino que desde bebés se fueron sumergiendo en el mundo digital, como si de una burbuja a otra se hubieran trasladado.

            Un refrán uruguayo, clásico ánimo nostálgico, dice: “todo tiempo pasado fue mejor”. De todas formas mientras el ser humano tenga ojos, dedos, voluntad y ansias de libertad, seguirá escondiendo ejemplares de periódicos, como si de un huevo de dinosaurio se tratara, para mostrar a sus descendientes uno de sus más preciados tesoros, el olor a papel y la magia de la letra escrita, tal como yo tengo uno ahora, escondido entre mis brazos y a punto de ser entregado a una de mis nietas. Que siga disfrutando un rato más de este domingo soleado en los relucientes toboganes del Parque Canillita. Aún más relucirá su rostro cuando descubra el color amarillo y el emotivo aroma de estas hojas impresas en el año 2015.

Umbrales


El pasillo era estrecho y largo, de color amarillo oscuro, teñido por las últimas horas del sol, que apenas entraban por la puerta vaivén que conduce al patio trasero de la casa.
No se por qué pero ambos, mi señora y yo, nos estamos dirigiendo hacia el baño con la intención de hacer algo.
Vamos en silencio, pensativos, cada uno sumido en sus propios pensamientos, oyendo el sonido apenas audible de nuestros pasos, ya que vamos descalzos.
Ella comienza a decir algo, pero no le entiendo, por lo que giro sobre mis talones y veo su rostro sorprendido:
- Amor, no me había dado cuenta, no sé cómo… estoy embarazada - se expresa con un tono de voz bajo y monocorde.
Se encuentra en estado de shock, su rostro apenas evidencia alguna gesticulación, pero sí es claro que está segura de lo que dice. Se detiene al pronunciar estas palabras. La observo mientras queda estaqueada en mitad del pasillo. La luz que asoma detrás de ella me impide ver con claridad su panza. Me intriga su panza ahora que menciona su embarazo.
            - Mirá ¡se mueve! - fascinada contempla su panza y se la ve absorta apreciando el movimiento del bebé.
Desde la distancia en la que estoy veo claramente cómo su barriga se estira, hacia la derecha, hacia la izquierda, no para de moverse. Nunca había visto movimientos así en la barriga de una embarazada. Son movimientos exagerados, bruscos. Creo que me da impresión la forma en que se mueve ese bebé dentro de esa panza. Se que suena disparatado pero me da miedo que la piel no resista tanta tensión y se desgarre. Sería una locura que se le rajara la panza. No existe que a una mujer se le abra la panza porque un bebé se mueva.
            - ¡Ah, no puede ser! Se me va a abrir la panza - expresa extrañada, y presumo que asustada.
En ese momento me doy cuenta que tiene su panza descubierta. Tiene una remera blanca gastada y una pollera raída que le llega a las rodillas. Un aspecto desalineado y que no corresponde a su habitual forma de vestir. No suele usar polleras y menos de ese estilo. Ahora que veo bien tiene un aire indígena, porque el cabello le ha crecido de pronto, le llega casi a la cintura. El viento que se cuela por la puerta mueve su cabello suelto y esto va completando esta extraña escena.
Para sorpresa nuestra, y terror podría llegar a decir, su barriga se comienza a abrir por un costado, el derecho de ella. Por esa abertura asoma la criatura. Toda viscosa, grisácea y rojiza. Caen unas gotas de líquido espeso que van mojando el piso. Mi señora está extrañada pero con gran naturalidad la toma por sus pies, ya que esto es lo primero que aparece, y la va asiendo hacia afuera como si todos los bebés nacieran de igual manera.
Una vez fuera la leva hacia sí y se puede ver el cordón umbilical aún entero, colgando, uniendo al recién nacido con la placenta, la cual uno vaya a saber donde está, porque no ha salido aún de su barriga.
            - Amor… tengo que encontrar un médico que me saque la placenta. Se me va a quedar la panza abierta un rato, pero después va a ir cerrando, y no puede cicatrizar con la placenta dentro. Me puedo morir de una infección. Voy a intentar hacer algo - y sin pensarlo comienza a tirar del bebé hacia arriba, tanto que parece que fuera a tocar el techo.
El bebé permanece en silencio. Hasta ahora no ha emitido un solo sonido. Es extraño que un recién nacido no emita sonido alguno, generalmente a la primer bocanada de aire suelen emitir, como mínimo, un quejido. Pero este no. Aún no veo su carita ni su frente. Sólo veo su espalda. Ella lo mueve como si fuera de goma y él, cede. Se lo ve tan frágil, tan blando, tan flexible.
            - No, no puedo sacar la placenta. Es que tiene el cordón umbilical unido. No me alcanza el brazo. Tengo que buscar al médico. No entiendo nada. Cómo recién ahora me vengo a dar cuenta que estoy embarazada. No fuí a ningún control médico. ¡Qué horrible, qué descuidada, qué inconsciente! Mirá si este bebé tiene algún problema - me mira asustada, se le nota el terror en los ojos, muy abiertos, tanto que casi puedo ver mi misma cara aterrada en ellos.
Permanezco en silencio. No puedo articular palabra. Así como ella recién se entera que estaba embarazada y ya tiene un hijo en sus brazos, yo aún no puedo hacerme con los hechos que han sucedido en estos escasos minutos. Siento que estos acontecimientos no me pertenecen. Como si estuviera en un lugar inadecuado. La protagonista es ella y todo sucede a mi alrededor, yo soy tan solo un espectador. Tampoco se qué hacer en un momento así. Nunca vi un nacimiento con estas características: la mujer parada, tranquila, sin dolor, el bebé se mueve abruptamente, tanto que queda enhiesto en la barriga, como la piel no cede se rasga, se abre en un costado y por allí nace, de pie, traído al mundo por las manos de su madre, y sin cortar el cordón umbilical ni extraer la placenta. A pesar de ello también siento, contradictoriamente, una sensación de naturalidad en esta escena.
Estoy con la boca abierta y paralizado, no me puedo mover porque ahora mi atención está en descubrir la cara de ese o esa bebé. Mi señora lo está girando, quizá para comprobar también que se encuentre con vida, dado que su silencio quizá no sea natural sino mortal.
            - Mirala… es hermosa - me mira con una amplia sonrisa, aliviada quizá por comprobar que la niña no tiene, en apariencia, ningún síndrome ni anomalía.
En efecto, es hermosa, pero muy hermosa. Una carita redondita, perfecta, unos ojos negros profundos, se ríe en silencio. Mira fijamente los ojos de su madre y mueve las manitos. Sabemos o intuimos que no es muda, solamente está en silencio, se expresa con miradas, sonrisas y gestos.
            - Se la voy a dejar a la tía mientras voy a buscar al médico o me voy hasta el sanatorio. Tengo que buscar a alguien que me saque la placenta. Se me está cerrando la panza y se me va a producir una infección. Intenté sacarla pero me dolió al hacer un esfuerzo por despegarla. Está como adherida a mi cuerpo - acto seguido sale del pasillo y la veo marcharse por la calle, con su pollera raída y la remera blanca gastada, con su cabello al viento y la herida abierta en su panza.
Ahora que estoy solo, nuevamente en mitad del pasillo, prácticamente oscuro, me pregunto si todo esto habrá sido un sueño o realidad. Si hago un recuento de lo sucedido hasta ahora suena un tanto extraño, pero a la vez parece de lo más normal que mi señora haya tenido familia de pie, por un costado de su panza, y sin poder cortar el cordón umbilical. Ahora, lo que no me cierra de todo esto es cómo se fue a pedir ayuda para extraer la placenta si dejó a la bebé con su tía… y aún no había cortado el cordón. Si es un sueño definitivamente debo intervenir para ser yo quien corte ese cordón umbilical  de mi señora con nuestra hija, por el bien de nuestra familia.
Y si no lo es…

            - ¡Amor! ¡Morocha! Esperame que encontré unas tijeras en el baño. Ya entendí, ¡soy yo quien tiene que ayudarte a cortar el cordón! - grité mientras corría desesperadamente detrás de esa india, cuyo salvajismo estaba requiriendo de mi civilizada ayuda.

22 de abril de 2011

El submundo de Plutón






Luego de varios días, semanas o meses, de confusión y malestar, en lo que aún no lograba descifrar si fue sueño o vigilia, Ondina Azul abre sus ojos y recorre el paisaje que le rodea. El suelo que la sostiene es de un azul y frio intensos, muy diferente a las arenas que entibian sus pies en su hogar. Su rostro se refleja en él y le cuesta creer cuanta tristeza emana de su mirada. Se lleva una mano al corazón y siente su débil latido. Al levantar su mirada observa un cielo estrellado, con constelaciones y galaxias desconocidas para ella. Ese casco cósmico es intensamente negro y misterioso, donde los espíritus celestes manifiestan danzas armónicas que Ondina no llega a comprender, pero queda extasiada admirando sus hipnóticos movimientos.
Para su sorpresa, allí prácticamente no existe la luz, solamente se es visible gracias al reflejo de las estrellas, tampoco hay viento, nubes, no hay vegetación ni seres vivos, de ninguna especie. Poco a poco comienza a erguirse y, un tanto debilitada, logra incorporarse en sus dos piernas, tomando conciencia de la liviandad con la que percibe su cuerpo. Se palpa desde la cabeza hasta los pies para comprobar que no está herida y sus alitas responden sin inconvenientes a su pedido, aunque no logran trasladarla a través del vuelo. Percibe en la planta de sus pies una gran fuerza que le impide siquiera saltar. Aún no sabe cómo apareció allí y que debería hacer, por lo que busca en sus vestimentas si está cargando su bolsito de polvo mágico para poder regresar a casa pero... no está allí. Comienza a penetrar en su interior un sentimiento de profunda soledad y desasosiego, el que no está habituada a sentir, por lo que se asusta e intenta no sentirse dominada por ello, queriendo elucubrar alguna estrategia de salvación. Imagina que posiblemente, en un mundo tan extraño, podría existir alguna especie de túnel que condujera hacia su mundo, o quizá zambullirse en un gusano del espacio para así cambiar de dimensión y encontrar su casa... pero ni lo uno ni lo otro se tornan tangibles.
Comienza a peregrinar por ese desierto helado, donde el azul bajo sus pies le recuerdan su preciado océano y la vía láctea la inunda con su inmensidad, llegando a preguntarse si en este lugar no se estará más cerca de las estrellas. En su andar va comprobando que allí no habita nadie, no hay vegetales ni minerales, no hay peces ni seres alados, aún menos animales, vertebrados o invertebrados, ni seres humanos. Esta sensación de unicidad en tan vasto universo le despierta un intenso palpitar en pecho. Lo apreta fuertemente para que sus manos transmitan tranquilidad y logra estabilizar su ritmo. En este momento varias imágenes vagan por su mente hasta cuestionarse dónde y cómo se originó su existencia. Su padre y madre siempre le habían dicho que al ser un hada del agua, ella siempre había tenido existencia, era un espíritu perenne e inmortal... pero ahora... estas palabras eran demasiado amplias para asirlas en su conciencia. Si esto era así... ¿cómo era posible que en ese mismo instante una estrella hubiese muerto ante su presencia? ¿Acaso su ser no estaba compuesto por rastros de éstas? En este instante no podía darse cuenta si lo que incrementaba su angustia era la posibilidad de realmente experimentar, alguna vez, su muerte, o, por el contrario, si nunca pudiera llegar a conocer este último tramo en una existencia.
En estos viajes interiores se encontraba Ondina cuando percibe que frente a ella hay un par de ojos que la observan inquisitivamente. No sabe si dar otro paso o permanecer inmóvil. No reconoce las intenciones del ser que, majestuosamente, se despliega ante ella. Si no fuera porque es prácticamente transparente, Ondina habría pensado que se trata de un viejito como los que van a pescar en sus embarcaciones en el mar, pero éste es completamente distinto. Barba larga y enteramente blanca, que irradia una extraña luz, cabello interminable que se funde con las estrellas, espesas cejas que dotan de una profunda amabilidad a sus ojos, manos de dedos largos y finos, acostumbrados a dominar las artes de la alquimia sideral. Se encuentra sentado sobre un atanor grande y antiguo en cuyo interior una sustancia permanentemente cambia de color e intensidad. Ondina observa que por debajo de esto emergen algunas llamas de un pequeño e incesante fuego.
- ¿Cómo hace este señor para mantener prendido un fuego cuando no hay viento, ni maderas y está todo congelado? - se pregunta Ondina mientras observa detenidamente este escenario.
Sobre su regazo porta un inmenso y viejo cuaderno, en el que Ondina logra visualizar algunos símbolos extraños y fórmulas, que sin duda, son secretas. Aparece una estrella de cinco puntas con escritos en su interior, palabras extrañas que no logra reconocer, como VITRIOL, recetas y descripciones que implican el Azufre, Mercurio y Sal, entre otros. Este señor se encontraba escribiendo, concentrado y enajenado, algunas anotaciones al margen de los dibujos allí presentes. Ondina, como en medio de un trance hipnótico, iba siendo transportada hacia ese mundo desconocido, cuando su nariz toca un extremo del inmenso libro.
- ¿Qué haces aquí, entrometida? - pronunció con voz ronca y vibrante el viejo que, ahora, se desplegaba con unos ojos muy abiertos.
- No se donde estoy... disculpe... no lo quería interrumpir pero... estaba yo jugando con unos amigos en mi casa, en el Mar de los Sueños, donde vivo junto a mis padres... y ahora...
- Aún no me dices que haces aquí - increpó un poco irritado el habitante de ese lugar.
- Es que no se cómo decirle que no sé que estoy haciendo aquí. Porque ni siquiera se dónde estoy... ¿qué lugar es este? He recorrido varios lugares en mi planeta pero... no se si esto es la Tierra o...
- No... esto no es la Tierra... este es mi planeta y se llama como yo, Plutón. Acá viene poca gente, no es usualmente visitado... puesto que es considerado el mundo subterráneo... está tan alejando de lo que conocemos que la gente teme pasar por aquí, puesto que no son pocos los que han entrado, se han extraviado y nunca más pudieron volver a su hogar - explicaba más tranquilo el Rey Plutón.
- Ahhh... sí! Plutón... Plutón... sí... me suena conocido ese nombre... ay, ¿de donde? - se rascaba la cabeza Ondina intentando recordar su fuente de conocimiento.
- Quizá tu padre te haya hablado de mi... o tu madre, puesto que varias son las que temen mi presencia. Antes solía recorrer la Tierra durante el otoño y así poder traer conmigo alguna doncella, puesto que la soledad de mi territorio debía ser alivianada con el calor de una compañía femenina. Pero sus madres no toleraban su ausencia y de alguna manera lograban conseguir ayuda y me arrebatan la presencia de sus hijas, volviendo a quedar aquí solo - recordaba con nostalgia el viejo Rey.
- Pero tu las ibas a buscar... ¿cómo es que yo vine hasta aquí? ¿alguna vez vino alguien por su propia iniciativa? - preguntaba intrigada la hadita.
-No tanto como yo quisiera. Realmente este es un lugar que genera mucho temor. Te has dado cuenta que aquí, visiblemente, no hay mucha cosa, ¿verdad? Quien llega hasta aquí y solamente percibe con sus ojos físicos ve un suelo frio e inhabitado, gran oscuridad y escasa luz, ausencia de vida y una inabarcable sensación de soledad y vacío - mencionaba casi desafiante Plutón.
- Si... cuando desperté pude ver este mismo paisaje desértico... me angustió tanto sentirme tan pequeña y fugaz... ¿pero sabes que? Cuando cierro mis ojos siento que bajo este duro y frío suelo... hay una gran riqueza por descubrir... como en lo profundo del mar, donde vivo junto a mi familia - compartía tranquilamente Ondina.

El viejo rey guardó silencio y permitió que aquello inundara a su visitante hasta que ella misma pudiera romper la capa de hielo bajo sus pies. Prosiguió con su actividad, escribiendo nuevas fórmulas en aquellas antiguas páginas, sin despegarse un momento de su lugar. El fuego aún se mantenía encendido y la sustancia transmutaba hacia algo con mayor solidez.
Ondina se había sumergido en sus pensamientos para poder captar con mayor comprensión lo recién expuesto por su interlocutor. Intentó darse cuenta de qué cosas le gustaría descubrir bajo sus pies. ¿Qué se escondería bajo aquella oscuridad... bajo su sombra? Seguramente habrían cosas desagradables porque se empezó a inquietar. Por momentos sentía gran temor, hasta de perder la cordura, por otros sentía un gran rechazo hacia sí misma aunque no sabía bien por qué. Se había arrodillado para poder mirar hacia más abajo aunque todavía veía todo oscuro. De a ratos levantaba la mirada y veía que Plutón la acompañaba desde el silencio. Hizo un gesto prudente para infundirle confianza, puesto que se encontraba amparada bajo su protección, aunque sintió que en lo más interno de su fuero, se encontraba sola consigo misma.
Advirtió que, cuanto más se cuestionaba sobre sí misma, sobre lo conocido y lo no conocido, sobre lo aparentemente real y lo fantaseado, las expectativas que habían quedado frustradas, los deseos que no había podido cumplir y los aspectos que no le gustaban de sí misma, el fuego aumentaba su intensidad, con intensas chispas, y la sustancia, aún negra, se estaba suavizando en su tonalidad y queriendo pasar a otro color.
Ondina volvió a centrarse en sí misma, cerró los ojos para poder “mirarse mejor” y de a poco algunas luces, en medio de la oscuridad, comenzaron a tomar forma. Ante todo surgió la idea de que no había límites. Su oscuridad era la misma que se encontraba bajo el hielo. No había separación, era todo lo mismo, la noción de separación sólo surgía cuando abría sus ojos. Si no había separación y era todo uno... entonces podría entrar y salir cuando ella lo decidiese de aquel mundo subterráneo. Algo comenzó a transformarse en su interior cuando tomó conciencia de su libertad.
En este momento Plutón advirtió este cambio en Ondina y, adoptando una postura solemne, comenzó a pronunciar unas palabras en voz alta, de manera pacífica, firme y sagrada: “Visita - Interiorem - Terrae - Rectificando - Invenies - Operae - Lapidem”.
Estos sonidos consagrados vibraban en cada una de las estrellas y seres celestes del universo circundante. Con cada sílaba emitida cambiaban su órbita, frecuencia e intensidad de luz, formando nuevos símbolos y creaciones en el plano cósmico. Los sonidos primordiales se conectaban con la esencia misma del universo. La comunicación era íntima e iluminada y Ondina formaba parte de ello.
El magnánimo Plutón prosiguió su dialéctica universal: “Desciende a las entrañas de la tierra y destilando, encontrarás la piedra de la Obra alquímica”.
Ondina permanecía con sus ojos cerrados pero ahora se encontraba recostada en el suelo en posición fetal. Sus brazos cruzados entre sí intentaban controlar un inminente llanto. Sus piernas, juntas entre sí, se apretaban cada vez más hacia su cuerpo. En su interior sentía que algo se había desgarrado y había cambiado para siempre. Como si una parte de sí misma hubiera sido arrebatada o liberada por un intenso movimiento interior. Esto provocaba una sensación de vacío y pérdida. Se sentía confundida puesto que la tristeza la invadía por este desconocimiento de sí misma y la pérdida de un fragmento de su ser, pero a su vez tenía una inmensa alegría por la libertad que le suponía terminar con viejas ataduras. Nacía en su interior un nuevo ser. Ya no se sentía una niña pequeña e indefensa, de piernas tembleques y mirada dubitativa. Ahora crecía en su interior una joven llena de luz y riqueza, de humildad y bienestar.
Plutón seguía acompañando el proceso de Ondina con ánimos y sabias palabras, mientras en su mano derecha, sostenía firmemente, un rosario de tan solo 17 cuentas, 15 negras y 2 blancas: “Sigue descendiendo a las entrañas de la tierra, ella te ofrece su útero para que puedas ir hasta lo más profundo de tí misma, permítete recibir amorosamente la calidez de su vientre para descender hacia las profundidades de tu ser. Libérate de las ataduras, destruye y disuelve todo aquello que ya no te es útil, aquello que ya cumplió su ciclo en tu vida, no cargues con lo que ya no sirve, no te aferres a antiguos sentimientos y recuerdos del pasado. Destila y purifica lo antiguo”.
Estas palabras conmovían hasta lo más insondable de su ser y Ondina se movía en espasmos en el suelo, mientras el fuego incrementaba su intensidad.
- ¡Ya te has encontrado a tí misma! No te quedes allí, no te conformes con esto! Tu has conquistado el Valor, el Coraje. Permite que el cuervo se libere de las cadenas y vuelve sobre lo alto de tu nuevo cielo, ese cielo que tu misma estas creando. Permite que este cuervo tome con su pico y sus garras las viejas estructuras, los viejos paradigmas y los lleve hasta el centro de la tierra, donde puedan transformarse en nuevas formas de ver y sentir la vida - exclamaba en voz alta y con sus brazos alzados a cierta distancia del hada.
De inmediato Ondina abre sus brazos y pierna y se coloca de manera extendida sobre el suelo, boca arriba. De esta manera formaba la imagen de una estrella y se conectaba con el poder del universo y la inmensidad de la oscuridad. Un negro cuervo se materializa desde el interior de este frio suelo y levanta vuelo perdiéndose en la vastedad del cielo estrellado.
En ese momento un intenso ruido se produjo en el interior del atanor y la sustancia negra ahora era blanca. Era de un blanco puro, luminoso, como recién nacido. El fuego permanecía encendido y con mayor fuerza, como si los sonidos emitidos por Plutón y los movimientos de Ondina fuesen su combustible.
- ¡Sigue así Ondina, acabas de elegir tu nacimiento consciente! Has transitado una muerte y estas renaciendo a esta nueva forma de vida. Has sido iniciada en los misterios femeninos. Una nueva vida se abre ante ti, una vida intuitiva, receptiva, cálida, nutricia, fértil, independiente, equilibrada y astuta. Una vida renovada, de conquista y riqueza, de sabiduría sobre la tierra. Deja que tu alma se abra de par en par y fluyan todos sus sentimientos. No tengas miedo, el mundo te está recibiendo en sus cálidos brazos. El sol y la luna te esperan con su suave manto para acobijar tu renacimiento. Permite que aflore tu alegría y gozo por esta nueva vida - proclamaba exaltado Plutón mientras Ondina comienza a gemir y gritar, como un bebé recién nacido, mientras de sus ojos comienzan a brotar inmensas lágrimas cristalinas.
Estas derriten el hielo bajo su cuerpo y, junto al chisporrotear del fuego, Ondina pasa a la última fase de su transformación, cuando en el interior del atanor, la sustancia blanca ahora ha transmutado en un intenso rojo, consiguiendo así la unión con el todo, sintiéndose una con la totalidad del cosmos.
- ¡Ondina, estas en la útlima etapa de tu obra! Has conseguido transmutar el plomo en oro. Allí en el atanor se encuentra tu Gran Obra y tu misma eres la prueba viviente de ello. Has logrado integrar tu niña eterna con tu vieja sabia, uniendo tu alma, espíritu y cuerpo. ¡Has logrado lo más preciado, has logrado la Totalidad! Se han disuelto las barreras y ya no te invade la sombra, has logrado integrar los opuestos, estos ahora se juntan y complementan y te conectas directamente con el Alma del Mundo - revelaba emocionado y tranquilo por cumplir con su participación en la obra, habiendo oficiado de guía en este mundo.
Plutón vuelve a retomar su lugar, sobre el atanor, ahora con el fuego apagado y la roja obra cristalizada en su interior. Guarda el rosario en su lugar y se dispone a continuar sus registros en su cuaderno.
- Plutón... yo no sabía que había venido hasta aquí para esto... pero era la hora indicada para ello. Creo que a veces podemos ingresar a tu mundo de manera consciente y buscada... pero en otras oportunidades es un desvío, una confusión, un adormecimiento y, de alguna manera, estábamos buscando llegar a tu encuentro. Debo agradecer tu presencia y guía en este proceso porque aunque al principio puedes inspirar miedo, en realidad generas respeto y mucho amor por la visita a tu territorio - expresaba de manera cálida y sensible Ondina, quien se sentía un poco más en casa en ese lugar.
- Bien Ondina, esta no es la última vez que vengas por aquí ¿sabes? Varias veces en nuestra vida pasamos por mi planeta y siempre estoy aquí para acompañar a aquellos que quieran transformar su vida e ir logrando la Gran Obra, la Totalidad - y diciendo esto, abraza a Ondina y le entrega el símbolo dorado que le recordará su pasaje por este submundo, donde una vez entró una Ondina ingenua y frágil, y salió un hada luminosa, intuitiva y sabia, dispuesta a compartir sus conocimientos con el mundo.


24 de marzo de 2011

LOBA ROJA





Cassandra era conocida como “La mujer sin tiempo”, “El antiguo llamado del bosque” o “El oráculo luminoso”, y habitaba en una antigua choza al pie de la montaña junto al Lago de la Vida.

Todos los habitantes de la aldea sabían de su existencia pero solo algunos se habían animado a consultarla. Quienes sí solían tener coraje para ello eran algunas mujeres desorientadas, perdidas y confusas que, generalmente, despertaban en medio de la noche aullando desesperadas, jalando desenfrenadamente de sus cabellos, arañando las paredes, abriendo hoyos en el suelo, sin conocer el motivo de tal alterado estado de conciencia.
Muchos padres y esposos se espantaban cuando una mujer de su familia se encontraba presa de este trance. Corrían en busca de prístina agua del lago y se la esparcían violentamente por el rostro a la víctima. Otros cortaban ramas y raíces de los Árboles Ancianos, los mezclaban con sangre de águila en agonía y barro humedecido por la reciente lluvia. Mientras algunos sujetaban fuertemente, por sus brazos y piernas, a la mujer alterada, otro se ocupaba de pintar enteramente su cuerpo con esta exótica fórmula. Ya fuera por cansancio o porque la luna llena había cumplido su ciclo, la mujer en cuestión, de un momento para otro, caía rendida en un profundo sueño que duraba 3 días.
Este ritual se repetía una vez al mes sin que coincidiera con las restantes mujeres. Algunas se manifestaban en simultáneo al inicio y otras al final, algunas durante épocas de intensa lluvia y viento, otras en luna llena o nueva. Esto generaba gran desconcierto en su entorno ya que no podían predecir cuando se produciría el próximo episodio, lo que ocasionaba gran malestar y preocupación a la aldea en general, puesto que el antídoto muchas veces era abortado en su elaboración porque el lago estaba congelado en el frío invierno, las águilas se ausentaban por largos períodos al estar recluídos cambiando su pelaje, o no conseguían barro húmedo porque las nubes recorrían otros cielos, dejando a la población anhelando su profuso llanto.
Estas mujeres, muy jóvenes ellas, ocultaban un gran secreto, pues pensaban que si lo revelaban, podrían ser atacadas o, incluso peor, ser condenadas a muerte por cargar una maldición. Este aparente demonio que las poseía irrumpía sin previo aviso y, por regla general, durante la noche. Era de color rojo intenso, oscuro, viscoso y con fuerte aroma a cambio. Su paso por el interior de éstas era desgarradoramente doloroso, arrastrando en su recorrido las semillas de la vida hacia su inminente muerte. Algunas mujeres dejaban de ser visitadas por esta extraña presencia y en sus entrañas sentían florecer un jardín lleno de luz y posibilidades. Varios ciclos lunares eran testigos de este nuevo ser, completamente pacífico, que veía crecer un abultado vientre.
Pero Indira no había logrado acceder a este estado de paz. Oportunamente, cada mes, anticipaba el episodio frenético del cual sería víctima por un intenso período de tiempo. Vivía con sus padres y 6 hermanos varones, siendo ella la menor, y por ende, la menos comprendida de su núcleo familiar.
Esta vez, para estos días “especiales”, habían optado por recluirla en una pequeña choza a varios metros de su hogar. Se encontraba en el centro del bosque, rodeada de altos árboles de anchos troncos y espeso follaje, donde los búhos y lechuzas se sentían a gusto para la búsqueda de alimento en la vida nocturna.
Por las noches, entre el sonido del viento al mover los viejos árboles y el acecho de los animales salvajes, Indira, allí sola, se veía a sí misma como el ser más repudiado de su tierra y alrededores. Era confinada allí por un lapso de 4 días, donde se le prohibía contacto con otro ser humano, sin generar inconvenientes la proximidad a los animales del entorno.
Durante la luz del primer día Indira se sentía tranquila, pudiendo disfrutar del verde y azul paisaje de la naturaleza. Se regocijaba en el silencio y la soledad en esos días, donde sentía que podía ser genuinamente ella, libre y salvaje. Adoraba andar descalza, semi desnuda al colgar de su cuerpo unos pocos harapos blancos, se bañaba desnuda en el lago, deleitándose con la frescura de su húmeda cabellera que secaba al viento, se alimentaba de peces que ella misma apresaba con una red fabricada por su padre y, en la calma de la tarde, se acostaba sobre el suave césped y se maravillaba contemplando los misterios de la vida a su alrededor.
Desde pequeña tenía afinidad con los animales del bosque, siendo elegida por ellos para jugar y enseñarles sus crías, pero especialmente en estos días es cuando más la visitaban, acompañandola, y ella leía en sus ojos que estos entendían su soledad.
Durante el ocaso del primer día se sentía nostálgica, melancólica y se desconocía a sí misma, como si este estado anímico le fuese ajeno o le hablase de épocas remotas de las que no poseía memoria. Admirando la retirada del sol se escapaban algunas lágrimas al sentirse tan vulnerable y frágil. Reconocía estar entrando en el período negro de la primer noche. Esa oscuridad que no solo provenía de la ausencia del padre sol sino que sentía era su propia sombra, todo aquello que ella desconocía de sí misma. Lo que más terror le provocaba era sentise expuesta a su propio bosque interno, siniestro y en tinieblas, llegando a escuchar aullidos y lamentos, que en estos días era imposible dejar atrás. La negrura del exterior reflejaba su estado interno y temía la visita escarlata.
Esta primer noche acostumbraba prender un fuego con varios leños para mantener el calor de su espíritu. Se daba fuerzas a sí misma al meditar observando sin pestañear las chispas de la llameante fogata. En ocasiones anteriores había sentido, durante días, la compañía de las brasas, aún calientes, en su interior. Aprovechaba la lumbre para cocinar un caldo provisto de verduras, especias frescas recogidas en las primeras horas de la mañana, acompañado por pan traído de su hogar. A conciencia prefería apartar la carne de esta preparación puesto que tenía el convencimiento de que, en caso contrario, estaría tentando al demonio.
Cerraba cuidadosamente las rústicas cortinas para ser inmune a la luz de la luna, trancaba con un largo tronco la puerta deteriorada, para que lobos ni osos ingresaran a su choza, guardaba todos los objetos que pudieran ser dañinos al reconocerse que, en el estado a sumergirse en breves instantes, podía llegar a herirse en pleno descontrol.
Luego de cenar se acurrucaba en un manto de piel frente al fuego y esperaba tener un profundo sueño que le permitiese evadir esa dolorosa transición. Pero algunas horas mas tarde se veía despierta por un arrebato de dolor insoportable, sintiendo un fuego que la quemaba por dentro, tanto que sus piernas no podían tocarse entre sí y corría desesperada en busca de agua fresca. Se arrastraba en cuatro patas, cual loba desquiciada, y bebía de igual manera, directamente del hoyo repleto del líquido que ella misma había provisto momentos antes. Sentía que se le agrietaba la piel, endureciéndose como el cuero, su cabello fino y sedoso mutaba a un oscuro pelaje grueso y sus uñas daban paso a filosas garras.
En ese momento arrancaba con sus colmillos las cortinas y dando hocicazos a la ventana, rompía el vidrio y por allí, en un salto, se escurría para perderse en oscuro bosque. De vez en cuando paraba para aullar a la luna, pidiendo su luz y bendición en un lastimoso llanto, para esta transmutación. Cuando se sentía cortejada por ésta seguía su recorrido entre los árboles. Era un momento de iniciación en soledad, no habían mas lobos ni lobas con ella. Se restregaba contra el tronco de los árboles, marcando su territorio, sintiendo en el dolor la intensidad de la experiencia. Se sentía poderosamente viva, como por vez primera. Se había transformado en una hermosa loba roja y se admiraba al contemplarse en el reflejo del lago. Con la luna detrás de ella podía ver cómo salían destellos de su pelaje y ojos. Los ojos negros más hermosos que había visto. Era una mirada sabia, conocedora, antigua y locamente salvaje. No conocía ataduras ni convencionalismos. Dentro de ellos reconocía lo más profundo de su ser, eso que siempre es pero no es, eso que está pero no todos ven, aquello que siempre ha sido y siempre será: esencia – naturaleza – mujer – loba.
Luego de haberse asimilado largamente en su estado más puro, con la respiración agitada y entrecortada, pero feliz y libre, vuelve lentamente hacia la choza. Sus patas traen el recuerdo de tierras vivas e inteligentes, sus orejas caen suavemente sobre los lados de su rostro, la cola reposa entre las patas, acompañando el paso cansino de esta nueva Indira.
Al llegar a la choza ve su joven mano empujando la puerta y ve como su pie derecho es el primero en marcar el ingreso en esta renovada, transformada y recreada vida.
Se viste con pieles de cisne blanco, sintiéndose confortada por la suavidad y calidez del plumaje. Se recuesta en el mismo lugar frente al fuego y se sume en un profundo sueño de 3 días y 3 noches.
Despierta al amanecer del cuarto día sintiéndose el ser más sabio y bello de toda la existencia. Arranca varias plumas de su atuendo y crea ornamentos con ellas, las que cuelga esmeradamente en su cabellera. Construye un collar con alas de mariposas y lo luce en su cuello. Cambia sus vestiduras por un manto blanco, sujetándolo en la cintura con un fino cuero de oso y retoma el mismo sendero para volver a su hogar. Aún no sabe muy bien lo que ha sucedido pero siente que ya no es la misma o, mejor dicho, siente que ahora sí es ella misma.
Conmovida y estupefacta por la experiencia anterior equivoca el rumbo y toma un camino desconocido. Cuando el sol le indica que se encuentra lejos de su hogar identifica cuenta que está al pie de la montaña. Este lugar está prohibido para mujeres jóvenes.

  • Shhh... Solo si vienes portando un diálogo lleno de preguntas puedo comunicarme contigo – sentenció Cassandra, la bella y sabia hechicera.
  • Pero... yo no... - alcanzó a musitar Indira.
  • Eso no parece ser una pregunta. ¿Has entendido lo que fluye por mis labios? - decía entre cortés y severa.
  • ¿Es posible que pueda estar hablando contigo? ¿Tengo permitido este encuentro? - indagaba inocentemente la nueva mujer.
  • Te ha tomado 4 días poder llegar hasta aquí. La antigua Indira no lo habría conseguido. Muchas mujeres de tu pueblo no lo han hecho y no lo podrán hacer. Varias han renegado de la loba roja y otras la han desterrado antes de tiempo. Tu has sido tenaz, respetuosa y valiente. Te has permitido cambiar tu piel para que aflore tu verdadera esencia, tu naturaleza salvaje – comunicaba certeramente la poderosa fémina.
  • ¿Siempre inspira tanto temor el pensar o creer que puede haber una loba roja dentro nuestro? ¿Cómo podemos reconocer su presencia? ¿Esta puede morir si no nos permitimos conocerla? - se cuestionaba intensamente la joven.
  • ¿Acaso lo que más tememos no es vernos a nosotros mismos? ¿No sientes temor al entrar en el oscuro bosque por las noches? ¿No sientes un intenso miedo que crispa tu piel cuando te encuentras en el más sonoro silencio? ¿NO ES ACASO LO QUE MÁS ANSIAMOS AQUELLO QUE MÁS TEMEMOS? - increpaba delicadamente la dama del bosque.
  • ¿Mi enorme miedo a la felicidad es por el riesgo que implica entregarme a ella? ¿Mi gran temor al amor es por el miedo a perderlo o sentirme expuesta ante esto? ¿Todos tememos adentrarnos en la sombra de nuestro bosque interno porque, de alguna manera, sabemos que a pesar de todo el dolor y fealdad, vamos a encontrar la luz más maravillosa que pueda existir? - confiaba aún más la incipiente salvaje.
  • Indira: todos, hombres y mujeres, sin excepción, llevamos dentro nuestro, un gran bosque, lleno de sombras, laberintos y seres tenebrosos. Pero así como portamos esto, también llevamos una naturaleza viva, llena de luz. Llevamos osos, lobos y águilas que nos permiten recorrer este bosque por cada rincón y cueva oculta. Tu te has permitido ser guiada por tu propia loba interior, esa loba roja alquímica, que supo llevarte hasta lo más profundo de tu oscuridad interna y, una vez que tocaste fondo, te hizo resurgir como las brasas de tu fuego interior. Antes, eras una loba negra, desconocida, temerosa, que se defendía por miedo a ser dañada; luego fuiste una loba roja, intrépida, aguerrida, agresiva, que protegía con garras y colmillos su más preciado tesoro, tu luz interior, tu naturaleza salvaje; y ahora eres una loba blanca, una loba sabia, pacífica, conocedora, perenne, segura y dueña de sí misma, capaz de irradiar todo su esplendor y conocimiento con su simple mirar y caminar. Tu has contestado todas tus preguntas.
  • ¿Ahora que soy una loba blanca... deberé vivir en la soledad del bosque? ¿Seré rechazada por los demás al no ser como ellos? - preguntaba visiblemente consternada Indira.
  • ¿Ser como ellos? ¿Acaso todos somos iguales? Todos somos lobos de distintas manadas, algunos con mas afinidad que otros, unos mas intrépidos que otros, pero todos, sin excepción, llevamos este ser dentro nuestro. Tu has transmutado y tu alma se refleja en tu piel, en tus ojos, en tus palabras y silencios. Tu puedes estar en tu mayor estado salvaje en el medio más rígido que te puedas imaginar. Muchos no te reconocerán con tus actuales características, otros se apartaran por temor a lo desconocido, otros te culparán por tu discurso a veces incomprensible, pero todos, en su interior, desearán tener el mismo coraje que tu para sentir la libertad, creatividad, paz y amor que irradias.
  • Tu que eres el oráculo luminoso... ¿puedes decirme cómo animar a otros lobos dormidos a despertar? - aventuró a preguntar sin saber si obtendría respuesta.
  • Una loba blanca debe ser honesta, franca, humilde en su proceder. Deberá ser medida en sus palabras, generosa en su aliento y conocimientos, motivadora del crecimiento personal, la brújula que guía a los que se han perdido, la voz que despierta a los adormecidos, la mano que corta la anestesia del alma. Un ser blanco debe contagiar su ánimo, su estilo de vida, su autenticidad, sus mágicas palabras, incentivar la creatividad y la expresividad de su esencia. Deberás ser más indulgente con los que más alejados de su sombra se encuentren. Paso a paso los acompañarás para que el temor no los invada y paralice a mitad de camino. Siempre inspirarás confianza en que al final de éste siempre está la luz de nuestra alma y así, no temer la felicidad y paz tan anheladas – indicó mientras colocaba en el mano de la joven un objeto hecho de redecillas, formando un atrapasueños de plumas de águila y cartílagos de ave.
  • ¿Este amuleto me guiará en mi camino? - se maravillaba Indira ante tan especial regalo.
  • Todo guía aquí en la tierra necesita de un guía superior, no lo olvides. Tu ser supremo está en ti y este atrapasueños es solamente un puente para acceder a él. Ve a recorrer este camino con el entusiasmo de aumentar tu manada – alentó “la mujer sin tiempo”, despidiendose de ella con un tierno abrazo.
  • Ahora entiendo por qué tantos te temen... uno teme aquello que más anhela... y tu inspiras la sabiduría de todos los tiempos.

Cassandra se fue a recorrer el lago, a la espera de una próxima loba perdida e Indira retomó su camino corriendo salvájemente, guiada por el ímpetu de encontrarse con otros lobos y compartir sus conocimientos con ellos, para así disfrutar de una nueva comunidad: creativa, sabia, amorosa y pacífica.

30 de diciembre de 2010

Ondina Azul y Alejo



Una mañana de brisa fresca e intenso sol, en la orilla del mar se encontraba lamentándose Alejo, un joven cangrejo rosado que no había podido conocer otros mares por su imposibilidad de caminar hacia adelante. Poco tiempo atrás se había cuestionado sobre esta característica y desde que tomó conciencia de ello, no logró ver la vida de la misma manera.
Solía ser un cangrejo medianamente feliz, se contentaba con sentir la arena bajo sus patitas, sentir la frescura del agua en su caparazón, dejarse arrastrar por el vaivén de las olas y esconderse en el mar cuando algo le generara temor.
Pero desde el día en que quiso avanzar, para establecer comunicación con una gaviota que reposaba en la seca arena, y se vió impedido de hacerlo, ya no pudo dejar de entristecerse por su condición.
Permanecía inmóvil durante largas horas bajo el sol pensando cómo podría solucionar algo que iba contra su propia naturaleza. Se tomó un tiempo para observar lo que le rodeaba. Reparaba en cada detalle de los demás seres de su entorno. Descubrió que los peces no podían hablar y dormían con sus ojos abiertos, pero a su vez podían recorrer todo el vasto mar con solo impulsar sus aletas, eligiendo la dirección que quisiera tomar; los caracoles no podían avanzar rápidamente si un ave se les acercaba con la intención de comérselos pero se podían refugiar en su coraza y tomar el rumbo que quisiera una vez que hubiera pasado el peligro; los hipocampos no podían correr sobre la tierra pero albergaban sus hijitos en una bolsita en su cuerpo y recorrían las aguas con total libertad. Poco a poco fue detectando las debilidades y fortalezas de cada uno pero todos... absolutamente todos... podían elegir hacia donde ir y sobre todo, ir hacia adelante. Sin embargo, él y los de su especie, eran los únicos que no lo podían hacer. Invariablemente debían caminar hacia atrás.
Hasta ese momento Alejo no había tenido nunca ninguna meta concreta ni deseo a realizar, simplemente fluía llevando a cabo la información que almacenaba su genética. Pero haber tomado contacto con este descubrimiento le causó tal frustración que aún no lograba asumirlo como tal.
- Hola Alejo ¿estas tomando un poco de sol? ¿es raro encontrarte por acá y tan quietito? - se acercó lentamente Ondina Azul, que había resuelto disfrutar un rato de compañía visitando a su amigo cangrejo.
- Si... es raro ¿no? Ondina... tu que hace muchos años vives en este mar y has recorrido gran parte de nuestro planeta... ¿me podrías contestar una pregunta, con toda honestidad? - preguntaba Alejo con cierto temor a conocer la respuesta.
- Sabes que siempre estoy para ayudar. Pregunta tranquilo que, por lo que veo, se viene LA pregunta - menciona jocosamente la ninfa de las aguas.
- Nos conocemos desde pequeños y bueno... preguntarte esto me da... como vergüenza... porque vas a pensar que soy un tonto... ¡pero es que nunca me di cuenta! - protestaba consigo mismo el cangrejo.
- ¿De qué no te diste cuenta? Preguntame que si me dejas, por ahí te puedo ayudar en algo. Además, nunca pensaría que eres un tonto, tu me has enseñado muchas cosas antes, como sumergirme en la arena húmeda luego que se retira la ola, si es que quisiera camuflarme ante algún peligro - intentaba animar Ondina Azul a su amigo.
- Y te ha salvado alguna que otra vez, je - responde más animado y confiado Alejo - Bueno, mi pregunta es: ¿vos sabías que yo no puedo caminar hacia adelante? Es decir ¿te habías dado cuenta que nunca, pero nunca, pero nunca caminé para adelante, sino siempre para atrás? - indagaba con intriga y resquemor mirando fijamente los ojos del hada.
- Sí Alejo, tu nunca caminaste hacia adelante pero... pensé que tu lo sabías. ¿Cuando te diste cuenta de esto? - respondía francamente a su amigo.
- El otro día estuve contemplando un pájaro que no conocía, seguro no era de aquí... quise entablar una conversación con él y cuando quise avanzar... ¡zas! ¡Me alejaba! Por un momento intenté visualizar mi cerebro enviando las órdenes correctas a mis patas, pero siempre que pensaba “adelante”, ¡mis patas se movían para atrás! - exclamaba realmente asustado Alejo al tomar nuevamente conciencia de su imposibilidad.
- Alejo, te entiendo que estés tan shockeado porque acabas de descubrir algo que había pasado inadvertido para ti, durante mucho tiempo. ¿Pero qué es lo que más te asusta de esto? Porque hasta ahora te he conocido como una cangrejo feliz y no se en qué piensas que pueda cambiarte esto - indagaba como poniendo a prueba la toma de conciencia de su amigo.
- ¿Que qué es lo que más me asusta de esto??? TODO. O sea... yo no se si era feliz... yo... yo era... yo vivía y hacía, nada más, no pensaba mucho ni me cuestionaba nada y si... si estar así es ser feliz... era feliz. Pero desde que me di cuenta que nunca podría avanzar para lograr algo que quisiera... me puse triste. Porque yo ahora quiero lograr cosas. El otro día quería hablar con ese pájaro y no pude. Ahora me doy cuenta que quiero hacer cosas diferentes, quiero conocer nuevos mares, conocer nuevos árboles, ver distintos cielos y atardeceres, conocer otros seres distintos a mi y no se... también alguna cangrejita que me acompañe en estas aventuras - respondía visiblemente emocionado y tímido ante su sorpresiva honestidad.
- ¡Ay, qué lindo lo que dices Alejo! Gracias a mis alitas he podido recorrer nuevos territorios y sin lugar a dudas te digo: anímate a hacerlo - impulsaba el hada al cangrejo amigo.
- ¡¿Pero cómo Ondina?! Te he dicho que no lo puedo hacer... yo solo puedo caminar hacia atrás... no me imagino atravesando el mundo de espaldas - hablaba desanimado al responder a su amiga.
- Mmm... yo tengo una idea... - mencionaba en tono misterioso Ondina.
- Porfis, porfis! Dímela! Te juro que te traigo un regalo de cada lugar que recorra, pero dime tu idea - saltaba entusiasmado el cangrejo ante la posible solución a su recientemente descubierto problema.
- Te voy a presentar a Cande. Es una amiga cangreja que recién se instaló en nuestro mar. Ella nació en otro lugar y tiene un alma aventurera, ha estado viajando por un tiempo y hace unos días eligió nuestras aguas para residir un tiempo. Seguro conoce la clave para ayudarte en tus deseos. ¿Quieres conocerla? - pregunta el ser alado guiñando un ojo.
- ¡Siiii! Por supuesto Ondina. Tengo un presentimiento... creo que en un par de días ya no estaré aquí... estaré caminando hacia adelante, hacia un rumbo bien lejano - sonreía Alejo al imaginar los nuevos paisajes que le estarían esperando.
Alejo pasó el día disfrutando de la frescura del mar y el sol que le renovaba sus energías, imaginando los nuevos lugares por conocer y su corazón se inquietaba con tanta expectativa. Su ánimo había cambiado radicalmente desde su charla con su mágica amiga. Ahora podía sentir nuevamente la brisa esperanzadora del cambio.
- Alejo... ella es Cande. Cande... él es Alejo. Los dejo conversando un rato porque tengo que ir a retocar mis alas... hoy las hice trabajar demasiado y necesitan unos mimos - sonríe pícaramente el hada mientras se retira pacíficamente, dejando solos a ambos cangrejos.
- Hola Cande, soy Alejo, encantado. Me contó Ondina que hace poco te viniste a vivir a nuestro mar. Espero que te haya parecido lindo.
- Si, estuve recorriendo varios lugares y me gustó aquí para descansar unos días, para luego retomar la aventura. Ondina me dijo que tu estabas pensando hacer lo mismo... y que yo te podría ayudar en algo... - Cande deja un silencio para que el cangrejo pueda elegir bien sus palabras.
- Debo ser honesto contigo y pedirte un favor, aunque recién nos estamos conociendo. Tu eres una cangreja como yo y, seguramente, te habrás dado cuenta, antes que yo, de que no podemos caminar hacia adelante. Lo descubrí hace poco y me angustié por ello. Desde ese momento tengo ganas de viajar y tener nuevas experiencias pero me encontré con esta imposibilidad. ¿Cómo has hecho tu para viajar? - preguntaba visiblemente sorprendido Alejo.
- Por suerte supe esto desde chiquita. Mis padres me contaron de esta “capacidad diferente” que nosotros tenemos y gracias a ello pude adaptarme a nuestra condición. Lo asumo como algo natural y realmente no me genera ningún tipo de inconveniente. Así fue como descubrí que sí podemos caminar hacia adelante, ¿sabes? Y podemos conquistar nuestras metas como cualquier otro ser de nuestro maravilloso planeta - comunicaba pacífica y alegremente Cande.
- ¿Si? ¿Cómo? Cuéntame porque no me imagino... he hecho el intento pero no lo logro - se mostraba cada vez más entusiasmado Alejo.
- Nosotros podemos caminar hacia adelante “junto a otro” - y quedó en silencio mirando a su reciente amigo.
- Eh... ¿junto a otro? Pero... ¿y así no estaríamos caminando los dos hacia atrás? - subía una ceja en señal de desconcierto el cangrejo.
- No, porque he descubierto la táctica que nos permite avanzar mientras nos apoyamos en el otro. Digamos que es trabajo en equipo. Nos tenemos que poner espalda con espalda y así, con un ganchito que inventé, unimos mis patas traseras a las tuyas. Durante un tramo del camino yo voy caminando “normalmente, hacia atrás” y esto hace que tu camines hacia adelante, y cuando yo me canse, tu haces lo mismo por mi - compartía su secreto con una amplia sonrisa la despierta cangreja.
- ¡Y así podríamos ir avanzando en nuestra aventura de ir explorando el mundo! ¡Qué buena idea amiga! Me hubiera gustado que mis padres también me comunicaran esto desde chiquito... pero siento que para ellos no era fácil hablar sobre este tema - recuerda reflexivo Alejo.
- Y no lo es... tampoco lo fue para mis padres. Pero siempre es mejor decir una verdad por más dolorosa que parezca. Nada bueno surge de la ignorancia y aunque el dolor es inevitable, lo que sí podemos elegir es el sufrimiento. Una verdad no dicha genera desconfianza y tristeza, uno no puede elegir en el desconocimiento. Pero frente a la verdad revelada, junto al dolor que esta pueda conllevar, nacen las oportunidades de crecimiento y con esto, la búsqueda de la felicidad - compartía sus conocimientos Cande.
- Es bueno saberlo. Gracias por compartir tu táctica para poder recorrer el mundo. ¿Te parece que pueda unirme a tu expedición cuando retomes el viaje? Ya no puedo esperar más - daba saltos de alegría Alejo mientras se imaginaba todo lo que le esperaba.
- ¡Claro que puedes! Tenía el presentimiento de que este lugar no solamente me iba a brindar paz y tranquilidad, sino también buenos amigos y posibilidades de seguir transitando nuestro mundo junto a seres especiales - reía Cande mientras daba un fuerte abrazo a Alejo.
- ¡Vamos! Tenemos que buscar a Ondina para que bendiga nuestro emprendimiento puesto que fue ella quien nos acercó para que me revelaras esta gran verdad.
Y, de esta manera, Alejo y Cande disfrutaron los últimos días de verano en el mar que los encontró y se prepararon para emprender un camino nuevo hacia la aventura y felicidad.