28 de diciembre de 2010

Ángel de Navidad



Una vez más, este ser humano como cualquiero otro, se sentaba frente al monitor de su laptop para ver el estado de conexión del ícono de acceso a internet.

- Pucha... ¡pero otra vez lo mismo! No puede ser que se desconecte a cada rato... maldito servicio de internet.

Se levanta nuevamente de la silla, dejando un almohadón gastado y marcado por sus glúteos que reposan insistentemente una y otra vez allí, permitiéndole un breve descanso entre “desconexión y desconexión”. Su ansiedad aumentaba con el paso de los minutos y el período de tiempo lejos de su computadora se minimizaba, siendo rehén de un pensamiento mágico, puesto que si chequeaba el ícono siguiendo una serie de pautados rituales, inconscientemente creía que esto garantizaría la solución del problema.
Abriendo la puerta de la heladera, mientras se rasca insistentemente la cabeza, busca encontrar algo que sabe no está allí. Observa los alimentos vencidos y putrefactos: unas frutillas, ciruelas, lechuga y tomates, con verdes hongos, compradas hace un mes atrás en un intento por alimentarse sanamente; un paquete de queso rallado rancio; una gelatina devenida en revestimiento de plástico para el recipiente que la contiene y una botella de refresco con 2 milímetros del líquido que se encuentra allí hace exactamente 2 años. No sabe muy bien cómo sentirse ante este panorama que él mismo ha creado y, que fenomenológicamente hablando, no entiende con qué intención lo hizo. Se decide por lo único que no puede adquirir vencimiento, mal olor ni llegar a ser tóxico con el paso del tiempo: cubitos de hielo. Golpea con rabia la cubetera sobre el mármol de la mesada y algunos cubitos se desprenden, llegando a caer uno al piso. Se desliza lentamente frente a sus ojos y se detiene bajo la cocina.

- Y si... es así... ¿me tendría que sorprender acaso que esto me pase a mi? Si hay alguien que tiene mala suerte... ese soy yo... como dijeran por ahí: “algunos nacen para ser estrella y otros nacen estrellados”. Más que estrellado soy la peor confluencia de meteoritos, cometas y asteroides.

Hacía ya varios años había adquirido el hábito de hablar solo en voz alta. No configuraba un acto de reflexión sino de mera descarga de frustraciones hacia sí mismo.

- ¡Maldita Navidad! No se para qué la gente festeja algo que ni siquiera saben el motivo. Ay si, muy lindo, el niño Jesús en el pesebre, la virgen y la rep... que la parió... y el carpintero ese que ni siquiera agarró el martillo para ensartar el clavo - murmuraba irónicamente mientras llenaba la copa de plástico con agua, mientras el hielo se disolvía junto a sus palabras.

Descalzo, con el pelo revuelto, bermudas desgastadas por el tiempo y el mar que fue testigo de sus momentos de enojo, remera adornada con manchas y agujeros por el paso del tiempo, camina lenta y desahuciadamente hacia su puente de comunicación con el exterior con otros seres como él.

- ¡Ah! ¡No lo puedo creer, bien ahí! ¡Vamo loco nomá! - se entusiasma al ver que ha vuelto la conexión a la red social que ya forma parte de su vida cotidiana.
- A ver... a ver... quien está conectado a esta hora... son casi las 12... tengo que festejar con alguien o por lo menos mandarnos alguna tarjetita con una copita para brindar - clickeaba insistentemente sobre la lista de utilidades del sitio virtual.
- ¡Qué de más! Sabía que iba a encontrar una linda postal y que ella iba a estar conectada en este momento - se emociona al ver el punto verde que indica la conexión de la chica que inunda de fantasías y deseos sus sueños por las noches.

En el momento que clickea su nombre - Betty Boop 1979 - el punto verde se torna gris y con esto sus pensamientos y su corazón.

- Noooooo... no me hagas esto... ¡si yo lo único que pido es sólo un instante de comunicación con ella para poder darnos un beso por la Navidad! - se crispaba frente a la laptop al ver que nuevamente el sistema inalámbrico fallaba y le dejaba solo con su angustia.

Como si el universo conspirase para que terminara llorando en estas “fiestas”, en un acto de ira atropella con su mano la copa con agua y esta se derrama sobre el teclado... algo que en su mundo interno tiene el mismo significado que una espada desgarrando cada músculo de su pecho.
Ya no le quedan palabras ni ánimo para hablar en voz alta. Simplemente se desploma sobre la computadora inerte, que le ofrece un monitor negro como su vacío existencial. Llora desconsoladamente dando rienda suelta a su tristeza. Se pasa una mano por su cabeza queriendo contenerse a sí mismo, como buscando las viejas caricias de su madre cuando éste las necesitaba. No puede entender cómo se puede sentir tanto dolor, tanto vacío... tanto miedo... tanta proximidad con la muerte. Un pensamiento suicida lo toma por sorpresa y, por un instante, permanece inmóvil antes de llevar a cabo lo que su mente está mascullando. No sabe si estos segundos son los peores o los mejores que le han sucedido en su vida. Se siente sumergido en una intensa adrenalina porque estos son los últimos momentos de su existencia. Se siente dueño, por primera vez en largos años, de su destino. A su cuerpo vienen fuertes sensaciones y emociones, se le eriza la piel, se tensan los músculos, su cerebro se alerta, sus pensamientos se aceleran y su respiración se intensifica. Se siente el ser más poderoso de toda la creación. Se siente su propio Dios. En unos momentos será él mismo quien ejecute el acto más condenado desde el inicio de la humanidad... decidir cortar el hilo de su propia vida.
Levanta su cabeza, decidido a dar sus últimos pasos sobre tierra firme para ir a la azotea y despedirse de este mundo volando, cuando se encuentra con algo inesperado.
A través del profundo color negro del monitor se refleja una potente luz. Entrecierra los ojos como si con ello pudiera comprender mejor la naturaleza de tal fenómeno. En ese momento escucha una melodía dulce y pacífica. Un suave viento recorre su rostro, le renueva el aliento y reacomoda su pelo. Su pecho se ve regocijado ante una cálida caricia intangible.
Ahora la imagen se manifiesta claramente... se encuentra mirando el rostro más bello que nunca hubiera podido imaginar. Las facciones delicadas, tenues y amorosas. Su cabello largo, ondulado, dorado y gris, con un potente brillo que le inspira un amor intenso y desconocido hasta ahora. Por detrás de ese ser ve como emergen tímidamente dos enormes y hermosas alas, que en cada aletear le regala un soplo de esperanza.
Sin mediar palabras recibe de esta criatura maravillosa el abrazo más cálido y desinteresado que nunca tuvo, ni siquiera cuando era un recién nacido y su madre lo sostenía entre sus brazos. Se da cuenta que las manos tiernas y delicadas de este ser están acariciando, literalmente, su adormecido y dolorido corazón. No puede contener las lágrimas de emoción y alegría.
Se rinde ante este profundo amor incondicional y acepta que él es el dueño de su propio destino, nunca volverá a sentirse solo y vacío, porque gracias a la desconexión virtual, la Navidad le trajo como regalo la presencia de su ángel de la guarda y con éste, su intenso amor por la vida.

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